La caída del gobierno de Bashar el Asad ha sido cuestión de tan sólo diez días en este diciembre de 2024, después de que su régimen aguantara entre 2011 y 2016 una fortísima presión militar, política y económica, interior e internacional.
Hace todavía una semana, desde este diario (así como de la mayor parte de analistas) vaticinábamos aunque el Ejército Árabe de Siria lograría frenar en algún punto el avance de los rebeldes.
Sin embargo, los acontecimientos se precipitaron, y finalmente Damasco fue tomada la madrugada del domingo 8 de diciembre no por los islamistas del grupo Tahrir al-Sham (HTS), que habían penetrado una semana antes en Alepo, en el norte del país , sino por una galaxia de grupos rebeldes que han avanzado desde el sur.
El portavoz de un grupo llamado según Associated Press “Sala de operaciones para conquistar Damasco”, leyó un comunicado en la televisión nacional siria afirmando que el régimen había caído y que llamaba a todos los combatientes y ciudadanos de la oposición a preservar las instituciones públicas del «estado libre de Siria». No parece ser una base demasiado sólida para establecer un futuro nuevo sistema democrático.
La cadena de eventos, de tipo “bola de nieve”, es similar a la que hizo caer los regímenes socialistas en la República Democrática de Alemania y en la Rumanía de Ceausescu a finales de 1989, si bien ha sido aún más rápida, lo que deja de manifiesto el terrible nivel de desgaste que las instituciones de Asad sufrían.
Otra diferencia clave es que, al revés de lo que ocurrió en estos dos países europeos, Siria como entidad nacional lleva años desaparecida.
El derrumbe del régimen de Asad llega en un contexto en el que una multitud de grupos enfrentados entre ellos deberían llenar el vacío de poder.
Un vacío que el propio Asad ha sido incapaz de llenar por completo desde su victoria por agotamiento en la primera fase de la guerra civil siria (2011-2019 aproximadamente).
Ya entonces, la debilidad del poder estatal con sede en Damasco había dejado amplias partes del territorio sirio en manos de entidades no estatales:
- Los kurdos (al norte y noreste),
- Los islamistas suníes (al noroeste), a la vez divididos entre los apoyados por Turquía y el HTS, una escisión táctica del grupo terrorista Al Qaeda,
- El mismo grupo terrorista Estado Islámico (en el desierto situado en el este),
- Un pequeño reducto de rebeldes “moderados” ayudados por Estados Unidos habría sobrevivido en la frontera con Jordania.
A estos grupos hay que sumar las milicias alauíes (grupo al que pertenece el propio Asad) y cristianas que podrían formarse para proteger sus respectivas zonas tras la derrota militar del régimen que las protegía de los islamistas.
Para Rusia e Irán, principales valedores de Asad, se trata de una derrota estratégica en toda regla después de apostar fuertemente por su supervivencia.
Las bases militares de Rusia en Siria se encuentran en alerta máxima y se especula con su retirada. Rusia podría perder así su influencia en Oriente Medio y la capacidad de patrullar el mar Mediterráneo sin depender del estrecho del Bósforo, dominado por Turquía.
Por su parte, Irán pierde el “creciente chií” que había construido y que unía por tierra Irán con el Mediterráneo a través de Siria y Líbano, donde se encuentra su aliado Hisbulá.
Israel está llevando incursiones aéreas y terrestres en Siria. Si bien el primer ministro Benjamin Netanyahu se felicita por la eliminación de su enemigo Asad, está inquieto con lo que pueda suceder con el arsenal (incluyendo las armas químicas) que el régimen deja atrás y que corre un riesgo muy elevado de caer en manos de islamistas suníes que, al igual que los chiís, juran la destrucción de Israel.
Las cancillerías occidentales se han felicitado de la caída de Asad, pero sus mensajes denotaban preocupación por lo que podría suceder a continuación.
Sin embargo, el teatro sirio, si ya era complicado antes de estos acontecimientos, toma un inesperado giro con el riesgo de abrir una nueva fase de la guerra civil que extienda aún más la destrucción, se ensaña particularmente contra las minorías cristiana y alauita, y genere nuevas oleadas de refugiados hacia Europa.