Quieras o no, la losa de la Guerra Civil (1936-39) sigue pesando sobre la política española más de 8 décadas después, sobre todo porque algunos de los nietos de los vencidos quieren ganarla sobre el papel y reescribiendo la historia. Rodríguez Zapatero y Sánchez son los nuevos exponentes más visibles de este revival. Las desgraciadas leyes de memoria histórica y memoria democrática son un ejemplo de cómo se utiliza el pasado como instrumento político para condicionar el futuro.
Sin embargo, del pasado podemos aprender enseñanzas positivas, y también, por supuesto, reiterar errores. Una forma de hacerlo es con un ejercicio contrafactual, es decir, formulando una hipótesis sobre qué habría ocurrido si las circunstancias hubieran sido diferentes a lo que realmente ocurrió. El ejercicio contrafactual es útil en la enseñanza histórica, el ámbito científico, la filosofía de la ética, la economía, la psicología, la toma de decisiones y la planificación estratégica. Incluso puede ser relevante en la vida personal, no tanto por lamentar nada como por extraer un aprendizaje útil para el presente y el futuro.
Un libro de casi 700 páginas, Fuego cruzado. La primavera de 1936, de Fernando del Rey y Manuel Álvarez Tardío, es idóneo como base para el ejercicio contrafactual de si se podía evitar la Guerra Civil. Tras leer este extenso libro, lleno de referencias y citas, la primera impresión es que, en julio de 1936, la guerra era inevitable por la acumulación de decisiones equivocadas y hechos que se produjeron de forma espontánea, como si todo fuera producto de una tragedia griega en la que el hombre, conducido por la fatalidad, camina paso a paso hacia su desgracia.
Una serie de hechos cruciales, multiplicados por multitud de incidentes que les acompañaban, señalan ese camino fatídico.
El proceso probablemente empezó con la victoria republicana en unas elecciones municipales que, en realidad, reflejaban un déficit de votos para acreditarse como sólida. Fue más una victoria moral y de abandono monárquico que un gran éxito electoral. Que los republicanos no asumieran este hecho con realismo y que los sindicatos UGT, CNT y buena parte del PSOE lo vieran como un horizonte de cambio radical condujo a un segundo y grave error: una Constitución republicana que, en lugar de integrar y fortalecer su base social, jugó a la exclusión. Se hizo una Constitución solo para los republicanos «pata negra».
Un tercer elemento crítico fue, emparentado con el anterior, negar la lógica democrática, rechazando todo reconocimiento al primer partido del país, la CEDA, que representaba a la derecha católica dispuesta a jugar al posibilismo republicano. El rechazo total de otros sectores minoritarios, pero muy potentes económicamente, que solo creían legítimo el régimen monárquico, contribuyó eficazmente a la polarización. El golpe de estado de 1934, en el que participó UGT y la parte del PSOE dirigida por Largo Caballero, con la cooperación de ERC en Catalunya, marcó un punto de inflexión, ya que se levantaron contra un gobierno electo simplemente porque era de centroderecha.
A partir de ese momento, todo parecía justificado. La dura represión desde el gobierno sobre los insurrectos dejó un pozo de rencores que explotó con la victoria imprevista y polémica del Frente Popular en 1936. Esta victoria abrió la llamada “primavera del 36”, preludio inexorable de la Guerra Civil, con huelgas reiteradas, atentados, empleos, pistolerismo desmedido, muertes, heridos, bombas, asaltos a locales de partidos, destrucción y quema de iglesias y conventos, y agresiones a mandos militares y guardias civiles.
El gobierno republicano, sin el apoyo deseado del PSOE, fue incapaz de resolver ese nivel de conflictividad, dada su debilidad, y cometió errores monumentales. En lugar de tratar el pistolerismo de la Falange como un grave problema de orden público, le dio una dimensión política, cuando este grupo era una minoría marginal, como se vio en las elecciones. Esto empujó a buena parte de la derecha hacia posiciones cada vez más radicales.
Estas pinceladas rápidas sobre una situación compleja dan pie al ejercicio contrafactual. En estas dinámicas, ¿se podía evitar la guerra? La respuesta es que parece difícil encontrar una solución clara, pero en todo caso habría habido una opción que podría haber ayudado: que el PSOE, guiado por Besteiro —la persona designada por el propio Pablo Iglesias para sustituirle—, en lugar de seguir el predominio de Largo Caballero, hubiera hecho un pacto con la CEDA. Este pacto, salvando las distancias, podría haber sido un equivalente del pacto de Moncloa, manteniendo la institución republicana y llevar a cabo una gobernanza y una legislación aceptables para ambas partes.
En este escenario, los extremos muy minoritarios en ese momento —comunistas, falangistas y monárquicos de renovación española— habrían quedado claramente al margen. Así, a pesar de altibajos, colaboraciones y rechaces, la CNT habría sido una fuerza no bien integrada, pero esto no habría llevado a una guerra, sino a una conflictividad sindical más o menos intensa.