Sánchez visitó a Israel, no tanto como presidente del gobierno español, sino como presidente de turno de la UE. Por eso, le acompañaba el ministro belga Alexander De Croo, que será el nuevo presidente a partir de enero. No iba representándose a sí mismo, ni siquiera a España, sino al conjunto de la Europa política.
El resultado ha estado a la vista. Sus palabras provocaron una crisis diplomática con Israel en momentos muy delicados y la felicitación de Hamás por su posición. La entrevista que realizó con Netanyahu fue dura, pero esto forma parte de la diplomacia. El problema estalló después con una suerte de mini mitin en Rafah, ciudad egipcia fronteriza con Gaza, donde criticó a Israel con esta frase: “la matanza indiscriminada de civiles inocentes, incluidos miles de niños y niñas, es completamente inaceptable”. Y lo redondeó con una afirmación que era más bien una amenaza, que toma todo su sentido si se considera hablaba el presidente de la UE: Sánchez afirmaba que “hay que reconocer a Palestina como estado independiente y que si no lo hacía la Unión, lo haría España por su cuenta”.
Sus afirmaciones pueden ser compartidas por mucha gente. La brutalidad del ataque terrorista de Hamás no justifica un tipo de intervención militar en la que no se diferencia claramente quien es civil y quien combatiente. Pero claro, Sánchez no es una persona cualquiera, y menos en las circunstancias de su intervención. Y aquí entran en juego estos dos tipos de ética que rigen en la vida pública. La ética de la responsabilidad, aquella que considera que en función del lugar desde donde se habla de las consecuencias, de la ética de la convicción basada en la idea de que la acción moral, está basada en principios y valores permanentes que deben aplicarse independientemente de las consecuencias que puedan tener. Y ésta es la cuestión. ¿Puede Sánchez ir por el mundo como presidente de España y de la UE afirmando sus valores y principios y prescindiendo de las consecuencias de sus palabras? ¿O bien los cargos que ocupa le obligan a ser responsable de esas consecuencias? Más aún, ¿alguien puede creer ciertamente que Sánchez es una persona que se mueve por los principios y valores inmutables? ¿O más bien es un hombre decidido a aprovechar a fondo y en beneficio personal las oportunidades, un oportunista, en definitiva?
Lo que dice un político no se valora sólo por sus palabras, sino por la oportunidad del momento desde la posición de la que habla y por los fines que persigue.
Sánchez al generar esta crisis con Israel como presidente de la UE ha acentuado la división interna que existe en esta materia precisamente en un momento muy delicado. No ha buscado una posición más o menos común, sino que ha expresado lo que a él le interesaba decir. Y éste es un mal servicio a la cohesión europea, que pasará fractura a su presidencia, y lo que es peor, a la misma unión.
El momento escogido para hablar y el lugar en el que lo hizo era francamente, más que desafortunado, provocador. Ya había cumplido con su misión de tener un cara a cara duro con Netanyahu. Ya le había planteado la posición de ambos estados. ¿Qué debía hacer después? En cualquier caso, manifestarse en términos que hicieran adelantar lo que le había planteado al primer ministro de Israel. Pero eligió el camino totalmente opuesto al acentuar aún más el enfrentamiento, hacerlo en términos públicos y en un lugar delicado, a las puertas de Gaza en la frontera con Egipto.
Porque, ¿cuál era la finalidad del viaje del presidente de España y de la UE a Israel ? Es lógico pensar que era procurar el fin del enfrentamiento bélico, como primer paso. Buscar, como hace EEUU, que haya una tregua que se extienda lo más posible hasta llegar a unas condiciones de cese de las actividades bélicas. Y a partir de ahí propiciar una solución más definitiva para la situación de los palestinos.
Es evidente que las palabras y la actitud de Sánchez y las que ha mantenido volviendo a España, en modo alguno propician todo esto. ¿O es qué es tan inocente que se puede pensar que amenazando a Israel con el reconocimiento unilateral del estado palestino le está presionando, un país que cada día se levanta con 2 o 3 amenazas vitales a las que hacer frente?
Si no es todo esto todo lo que perseguía el presidente del gobierno español y de la UE, ¿qué buscaba con su viaje y sus palabras? Sólo su beneficio. Por un lado, un foco de atención que desplazara el tema de la amnistía. Por otro, alinearse con un estado de opinión mayoritario en España. En el ámbito europeo, empezar a jugar de cara a su propio futuro el mismo papel político que ha ido utilizando en España. Generar un aumento de la división, caracterizar a unos como “buenos”, él y los suyos, y a otros como “malos”, los que no comparten sus puntos de vista y construir un muro antifascista y antipopulista de cara a las elecciones europeas de primeros de junio, que él pueda liderar.
Las consecuencias están a la vista. La cita euromediterránea que comienza en Barcelona en el Foro de la Unión por el Mediterráneo que contará con representación palestina y que quería ser un canto en el camino de construir la paz, no tendrá la presencia de Israel porque no quiere saber nada de las iniciativas del gobierno español.
Claro que este tipo de cosas a Sánchez le afectan poco. Basta con ver que todavía no ha felicitado a Milei, futuro presidente de Argentina, pese a que las empresas españolas se juegan 15.000 millones en ese país.