Es una evidencia que lo que podemos calificar de “progresía”, una mezcla de derecha e izquierda, es la que gobierna España, buena parte de Europa y, al menos hasta las elecciones de otoño, también EEUU. Francia, después de la segunda vuelta, está abocada a una solución de este tipo entre sectores del Nuevo Frente Popular y los restos del macronismo.
Todo esto no es accidental. Es fruto de la dinámica histórica que ha generado una alianza objetiva entre el liberalismo cosmopolita y las izquierdas o progresía de género y de identidades sexuales. ¿Por qué es objetiva? Porque no es fruto, en primer término, de la voluntad, sino de la coincidencia de intereses de ambos grupos.
Al liberalismo cosmopolita no le interesa poner en cuestión los daños económicos y sociales que genera el régimen imperante; por ejemplo, quien paga la transición energética, la inmigración excesiva. Y le va bien que el debate como lo sitúa la progresía de género se quede centrado en el modo de vida, la dimensión antropológica de la persona, la historia y, en definitiva, todo a lo que llaman la guerra cultural.
Esto va desde las leyes de género e identidad sexual hasta la revisión histórica de las leyes de la memoria y la descolonización de los museos. Al situar el foco sobre el modo de vida se deja en la sombra el que siempre ha sido el problema a lo largo del siglo XX: el modo de producción, la desigualdad que puede generar y la desigual distribución de la ganancia.
Los medios de comunicación escritos son ideales para un tipo de análisis muy explicativo y vienen a significar una especie de acta notarial, si bien sesgada según el medio, de la realidad cotidiana, que se manifiesta como una radiografía en lo esencial practicando lo que se conoce como el análisis cuantitativo de la información.
El medio que mejor expresa en España aquella Gran Alianza objetiva es El País, porque al mismo tiempo es espejo y sujeto activo; salvando las distancias, como TV3 en Catalunya. La Vanguardia también serviría, pero no deja de ser un simple subalterno del primero y, por tanto, es mejor acudir al original.
El siguiente ejercicio es la radiografía de un domingo, el del 7 de julio, que es el día de la semana que acoge el mayor número de lectores y, por tanto, en el que cada diario se emplea más.
Como es lógico, un tema central son las elecciones en Francia cuando se dilucidaba la segunda vuelta. El diario se centra en tres puntos. Si será suficientemente eficaz el cordón sanitario contra la Agrupación Nacional. Éste es un denominador común de la Gran Alianza objetiva, que busca impedir que la derecha y el centroderecha se articulen en grupos de la derecha radical. Esto tiene una gran importancia en Francia y en España. También en Alemania, dado el carácter muy violento de la extrema derecha de ese país. Por ejemplo, no funciona en Holanda, donde un partido de la derecha radical encabeza el gobierno habiendo pactado con liberales y demócrata-cristianos. Y también lo hace en una medida parcial en Bélgica. Lo que se quiere presentar como cuestión universal es, en realidad, un asunto de política local.
Un segundo tema de obsesión es criticar al líder electoral de Agrupación Nacional, el joven Bardella, que en este caso, al carecer de historia política censurable, la cuestión se centra en querer hacer ver que no viene de una familia tan humilde como pretende porque su padre, que se separó, le pagó sus estudios en una escuela católica.
Se dedica también atención al problema de Europa en relación a las elecciones francesas y en esta línea hay dedicada más de una página entera a una de las bestias negras de la Alianza que es el primer ministro de Hungría, Orbán, que, a pesar de sus reiteradas mayorías absolutas, se le niega el pan y la sal de todo reconocimiento democrático.
Ésta es también una constante, una de las fobias de la progresía. Los votos de los “deplorables”, como los calificó Hillary Clinton, no tienen valor, da igual que sean mayoritarios o muy numerosos, carecen de significación ni merecen consideración de ningún tipo. No hay que perder ni un minuto intentando integrarlos y es mejor calificarlos de apocalípticos, porque, y Sánchez es el modelo superlativo, la línea de la progresía y de la Alianza es mantenerse en el poder por medio de la polarización y el miedo a los demás.
Es una forma de bloqueo de la democracia porque con este planteamiento acaba por no existir una alternativa de gobierno, sino sencillamente unos “deplorables” que quieren ocuparlo. Es también un tic elitista. Sólo pueden gobernar quienes están inspirados por la ideología de la Alianza, del liberal cosmopolitismo, del género y de las identidades LGBTIQ+.