La primera y más conocida paradoja francesa era, porque todo esto ya ha quedado muy matizado, que pese a comer kilos de foie tenían una salud arterial excelente. Se atribuía a la ingesta de vino tinto. No haga demasiado caso.
Ahora la gran paradoja es que la fuerza más votada, la Agrupación Nacional (RN), con 10,1 millones de votos, el 37,1% del total, más de 1/3 del electorado, ha quedado relegada a un tercer puesto en escaños. Solo dispone del 26%. Más de 1/3 parte de votos sólo ¼ parte de escaños.
Al otro lado teníamos el Nuevo Frente Popular (NFP) que con ¼ parte de votos, 7 millones, ha logrado 1/3 de los diputados y algo parecido se puede decir de Ensemble, los macronistas, que también con un 25% tienen el 30% de los sitios de la cámara. Si desea en otros términos, el RN con el sistema electoral francés se ha visto penalizado con una pérdida de 11 puntos porcentuales (pp), mientras que las otras dos fuerzas han sido beneficiadas respectivamente en 6 y 5,5 pp.
Más equilibrado es el resultado de Els Republicans, que con el 6% de los votos han alcanzado el 8% de los escaños.
Esta anomalía, que no se daría en cualquier otro sistema electoral vigente en Europa o EEUU, fuera mayoritario o proporcional, no puede ser buena porque arrincona a 10 millones de personas que además son, siguiendo la famosa frase de la demócrata Hillary Clinton, “los deplorables”. Y para continuar con su frase «los racistas, sexistas, homofóbicos, xenófobos e islamofóbicos».
¿Tiene Francia 10 millones de fascistas ? Ha vuelto a funcionar un mecanismo que de Gaulle pensó para que su movimiento terminara ganando siempre y que ha sido utilizado reiteradamente por Macron. De hecho, sus logros electorales se han basado en polarizar el escenario llegando a una opción entre él y Le Pen. Está claro que la consecuencia de este juego ha sido que el RN sea de lejos el primer partido de Francia, porque recordémoslo, las otras dos opciones no son partidos, son bloques más o menos heterogéneos; mucho en el caso del NFP.
Mitterrand, el primer presidente socialista durante la Quinta República, empezó el juego de dar protagonismo a quien entonces era el Frente Nacional cuando esa fuerza no alcanzaba ni el 1% de los votos. Lo hizo con el fin de debilitar a la derecha gaullista. Ahora su maquiavélica estrategia ha llegado al colmo. Porque esa derecha ha quedado reducida casi a la nada y la gran fuerza es la opción política dirigida por Le Pen.
Sea cual sea la solución por la que se opte después de aplicar el famoso y celebrado, según quien, cordón republicano para gobernar Francia, el escenario es difícil y además confuso porque también, recordemos, Macron, en contra de lo que su imagen quiere vender, deja una situación de las finanzas públicas extraordinariamente dañada, con una advertencia de la Comisión Europea sobre su exceso de déficit.
Lo que es evidente es que las clases populares, en gran parte obreros, agricultores, pequeños comerciantes de gran parte de Francia rural, de la gente que vive fuera de París, votan por Le Pen. Por Mélenchon vota una amalgama de izquierda ideológica radical, el equivalente a nuestro Podemos, y un grueso importante de la inmigración politizada y en gran medida proislamista. No queda demasiado lejos del escenario marcado por el novelista Houellebecq en su novela Sumisión. A Macron le votan las clases urbanas muy acomodadas y el grueso de los jubilados. Ésta es su fuerza electoral. El partido socialista y ecologista lo alimentan las profesiones liberales, los urbanitas, cargos directivos sobre todo del sector público y cuadros intermedios, gente que en general por su profesión y actividad tiene una perspectiva de futuro razonablemente resuelta.
De hecho, lo que ha funcionado en Francia es lo que se ha ido configurando a partir de las secuelas de la gran crisis de 2008: la alianza objetiva entre el liberalismo de la globalización; los situados económicamente por una u otra razón, y la izquierda de la guerra de géneros y de identidades sexuales. Ésta es la fuerza dominante hoy en día en gran parte de los países europeos y también en la Comisión Europea, y es la que ha acabado ganando en Francia. Ahora hace falta ver qué estabilidad consiguen aportar y qué soluciones pueden dar.
En cualquier caso, el problema se mantiene. ¿Qué se hace con el 37% de los votantes de Francia?