Nunca como ahora los diputados de la primera minoría catalana en el Congreso habían sido tan determinantes, porque nunca antes había existido un gobierno español parlamentariamente tan débil.
A pesar de esta situación excepcional, los partidos catalanes, y en particular el que más fuerza tienen en Madrid, ERC, no están haciendo un uso de su fuerza que comporte resultados para Catalunya. No se trata sólo de que el balance que se ha obtenido hasta ahora sea muy pobre, injustificadamente pobre, sino que ni siquiera hay sobre la mesa por parte catalana una agenda suficientemente ambiciosa a la altura de la oportunidad que se está viviendo.
El caso más claro es la ausencia total de la reclamación de un nuevo sistema de financiación por parte del partido del presidente de la Generalitat. Resulta absolutamente incomprensible que, incluso la Comunidad Valenciana, gobernada por un socialista, tenga mayor actividad en la reclamación de la revisión de la financiación que el gobierno catalán. Porque, recordémoslo, se trata de una actualización del modelo que debería haberse hecho en 2014. Al ritmo actual, pasará una década y continuaremos sin abordar uno de los principales problemas, por no decir el primero, de los que sufre Catalunya.
No nos engañemos, la madre de los huevos radica en la financiación que, en definitiva, determina el grado de gasto que puede realizar la Generalitat, su autonomía real y, por tanto, la posibilidad de llevar a cabo políticas propias, de autogobernanza, en definitiva. Ahora ya no valen esas falsas excusas que se planteaban cuando debíamos alcanzar la independencia en 18 meses. Ahora no hay horizonte ni compromiso de ningún tipo y, en consecuencia, es cuestión de centrar los esfuerzos en lo importante y decisivo para Catalunya.
Ningún independentista puede argumentar que una mejor financiación es perjudicial para su ideal, y todos los catalanes, tengan el color político que tengan, estarán de acuerdo en que obtenerla es un beneficio para todos.
Por tanto, en tiempos de divisiones internas, la negociación por un nuevo modelo de financiación es un objetivo que nos une y nos dota de cohesión política, algo de lo que no estamos sobrado.
Para que todo resulte aún más incomprensible, ERC no sólo desiste de poner sobre la mesa tan relevante cuestión, sino que además se pone a defender una especie de LOAPA fiscal que homogenice determinados impuestos. Es decir, ERC, se apunta a una idea centralista en lugar de reclamar todo lo contrario, como corresponde a la trayectoria de quienes quieren más autogobierno. Lo hacen para “combatir” los logros de la Comunidad de Madrid, que juega a reducir la fiscalidad. Pero el remedio desde el punto de vista del autogobierno, que es lo que importa, y lo que debería importar a independentistas declarados, es peor que la enfermedad.
Es un clamor que ERC en el Congreso, en el gobierno de la Generalitat y en el Parlament actúe de una vez por todas para exigir la negociación del nuevo modelo de financiación, utilizando su fuerza que, por una vez es absolutamente superior a la que puede oponer el propio gobierno español para impedir la negociación.