Ya lo afirmamos en un análisis militar de la guerra de Ucrania: a partir de un cierto número, la cantidad se convierte en calidad.
Tras casi cuatro años de guerra, Ucrania está cediendo, poco a poco pero de forma imparable, terreno frente a las embestidas del atacante ruso. Hasta tal punto que por primera vez, y sabedor del desgaste cada vez más acusado de su país, el presidente Volodímir Zelensky se está tomando en serio las negociaciones de paz.
Si damos marcha atrás para ir a la Segunda Guerra Mundial, encontramos que la superioridad militar estadounidense tanto en Europa como en el teatro del Pacífico era esencialmente el resultado de la combinación de una abrumadora capacidad de producción industrial sumada a unas cadenas logísticas de una complejidad y eficacia hasta entonces nunca vistas.
En al menos el primero de estos dos ingredientes de su éxito pasado, Estados Unidos ha sufrido un retroceso de proporciones trágicas: si bien durante el último conflicto mundial, los astilleros estadounidenses producían un destructor diario y varios barcos de transporte de la clase Liberty, hoy en día la edad media de la flota del país se acerca peligrosamente a los 20 años.
Pero lo que realmente preocupa cada vez más a políticos y expertos estadounidenses es que, ante este lamentable estado industrial de Estados Unidos, China tiene, según su propia Oficina de Inteligencia Naval, 232 veces mayor capacidad de construcción naval. De hecho, se estima que la armada china está este año varando barcos de guerra a un ritmo tres veces más rápido que la US Navy.
En materia de municiones, la diferencia de cifras es igualmente impresionante. Mientras Rusia ha sido capaz de mantener un ritmo de producción anual de 4,5 millones de obuses de artillería de gran calibre, Estados Unidos y Europa combinados solo produjeron 1,3 millones el año pasado. La propia Unión Europea tuvo serias dificultades para entregar un millón a Ucrania en el espacio de un año.
Si bien un país que disponga de armamento tecnológicamente superior se sentirá confiado para iniciar una guerra, si esta se alarga más de lo previsto (y eso es lo que sucede casi siempre) quien tiene las de ganar será no ya el que disponga de las armas más sofisticadas, sino quien aún tenga de almacenadas cuando su rival se encuentre con las manos vacías.
La suposición de una guerra relámpago por supremacía tecnológica era el núcleo de la doctrina del Pentágono para ganar guerras desde el final de la Guerra Fría.
Pero el auge de la guerra tecno-industrial, como la que estamos viendo en Ucrania, y que también se ha mostrado fugazmente entre Israel e Irán, hace que la capacidad industrial se convierta en un factor crucial.
De hecho, numerosos analistas y académicos piensan que la mayor conclusión que se puede extraer de los conflictos bélicos actuales de cara a anticipar los del futuro es que la capacidad productiva que se consigue desplegar en el campo de batalla, y no ya la simple superioridad tecnológica, es la clave para vencer.
La industria militar occidental produce lo que algunos analistas definen como “armamento barroco”: sistemas extremadamente complejos y sofisticados, carísimos y, por tanto, escasos en número y aún más difíciles de reponer en caso de pérdidas. En cambio, Rusia y China disponen de una maquinaria industrial capaz de producir, por ejemplo, millones de drones militarizables cada año.
Durante las cuatro últimas décadas, Occidente ha despreciado y externalizado la producción industrial, pensando que manteniendo el diseño e ingeniería en casa sería suficiente para mantener la hegemonía mundial, y además se ahorraría dinero.
Ahora nos encontramos con que Rusia y sobre todo China, no solo han ganado la capacidad industrial que nosotros hemos perdido, sino que además han conseguido hacer diseños tanto o mejor que los nuestros. La derrota de Occidente, de momento, es abrumadora.
Por primera vez, y sabedor del desgaste cada vez más acusado de su país, el presidente Volodímir Zelensky se está tomando en serio las negociaciones de paz. #Ucrania Compartir en X





