Desengañe, el problema del catalán es la natalidad

Siempre que se produce algún traspaso de competencias o algún acuerdo ventajoso para Catalunya se desencadena una fuerte campaña que, como la alquimia, pero al revés, transmuta el oro en plomo.

Porque si son funciones que ejerce el Estado resultan necesarias y positivas, pero si las debe ejercer la Generalitat se presentan como muestras de nacionalismo radical, xenofobia y racismo, como sucede ahora con la crítica a la transferencia o delegación de funciones sobre inmigración. Esta transferencia hace que Cataluña disponga de gran parte de esas capacidades hasta ahora reservadas al Estado—no todas, ciertamente; no es integral, en contra de lo que afirma Junts, pero sí que es un traspaso muy importante.

Una de estas dimensiones que ahora se consideran xenófobas es la posibilidad -que no garantía- de que sea necesario el conocimiento del catalán (como lo es el castellano) para conseguir la ciudadanía para quien resida en Cataluña. Después de tanto tiempo, sigue siendo evidente que la lengua catalana no está considerada por una parte importante de la mentalidad española como parte integrante de España, como una dimensión más del hecho español, que ven limitado únicamente el uso del castellano. Es una realidad triste, pero así es, incluso en casos como ese traspaso de inmigración, donde no queda en absoluto claro que la posibilidad de exigir el conocimiento del catalán esté explícitamente contemplada en el texto. Se trata de una interpretación bastante generosa.

El diario ABC, en su página “tercera”, la de referencia en opinión, publica hoy 6 de marzo un artículo del catedrático de Derecho Internacional Privado de la Universidad Autónoma de Barcelona, ​​Rafael Arenas García, titulado “Nacionalismo contra bilingüismo”, que refleja esta visión chovinista y monolingüe de España. Considera que el catalán no tiene ningún problema de futuro y califica las políticas lingüísticas aplicadas como un exceso, porque, según dice, el 35% de la población catalana ya tiene el catalán como lengua materna. 

Si esa misma lógica se aplicara al castellano en cualquier otro territorio de España, las reacciones contrarias serían tremendas y con razón. Lo que cabría esperar en el caso de Cataluña es una proporción muy superior a uno de cada tres habitantes con catalán como lengua materna.

Una de las tesis del artículo es que el catalán se ve favorecido porque la cifra de quienes lo utilizan habitualmente es del 42%, mientras que un 44,6% lo declaran como lengua de identificación, cifras respectivamente entre 7 y poco más de 9 puntos porcentuales por encima de quienes lo tienen como lengua materna. Por el contrario, en el caso del castellano, ambas cifras coinciden en un 55%.

Así pues, en el mejor de los casos, el catalán está lejos de ser una lengua habitual para ni siquiera la mitad de la población.

Esta diferencia entre lengua materna y uso habitual o identificación lingüística puede atribuirse al conjunto de políticas públicas que favorecen al catalán, desde su carácter vehicular en la escuela hasta el fomento de su uso social. Es una obviedad de que los resultados no son los deseables. Sólo hace falta pensar en una España en la que menos de la mitad de la población tenga el castellano como legua de referencia, para constatarlo. Las cifras también muestran lo difícil que es compensar el bajón demográfico de los catalanohablantes con políticas públicas.

Con estos datos, el catalán tiene claramente su futuro comprometido, porque resulta evidente que políticas culturales y lingüísticas no bastan para compensar la debilidad demográfica de quienes lo tienen como lengua materna.

En este sentido, es importante recordar la historia: finalizada la Guerra Civil, la represión contra el catalán fue total, reducido exclusivamente en el ámbito familiar y privado. Poco a poco, el catalán fue ganando espacio hasta la eclosión cultural y lingüística de los años sesenta, impulsada siempre por la sociedad civil, ya que ni Cataluña existía oficialmente (solo eran cuatro provincias), ni el catalán tenía reconocimiento oficial alguno ni era enseñado en la escuela, ni siquiera como asignatura complementaria.

También hubo otro factor, generado por la misma sociedad con gran fuerza durante los años 50 y 60: a pesar de la fuerte inmigración, tal y como refleja la película recientemente premiada en los Goya, «El 47″, que narra la llegada de los primeros inmigrantes a Torre Baró, Barcelona, ​​muchos «nuevos catalanes», en palabras de Paco Candel, percibían el catalàn com una lengua de promoción social. No se estudiaba como en la escuela, pero los padres valoraban que sus hijos lo conocieran porque creían que les facilitaría un futuro mejor. Ese horizonte de sentido del catalán hoy prácticamente ha desaparecido.

En cualquier caso, la resistencia y desarrollo del catalán en condiciones tan adversas como las impuestas por el franquismo tuvieron un único fundamento: la familia. Ella mantuvo y transmitió la lengua, y sobre esa base sólida fue posible su desarrollo cuando las condiciones mejoraron.

Éste, precisamente, es el punto débil actual: la familia, es decir, la natalidad dentro de ella.

Actualmente, también existe un fuerte flujo migratorio, la mayor parte del cual llega con el castellano como lengua materna, facilitando así su integración en esta lengua y haciendo menos necesario el aprendizaje del catalán, lengua que no es imprescindible para vivir con plena normalidad, sobre todo en Barcelona y su área metropolitana. Otra parte de los inmigrantes procede de países musulmanes y, por necesidad práctica, aprenden sobre todo castellano. La escuela permitirá a sus hijos conocer el catalán, pero esto no garantiza que lo integren como lengua habitual.

Las familias con catalán como lengua materna, con el paso del tiempo, se van debilitando demográficamente. Son las que menos hijos tienen, si los tienen; su tasa de fertilidad difícilmente alcanza el 1, cuando la tasa de reemplazo es más del doble. Sólo las familias católicas practicantes tienen una tasa significativamente mayor, pero son una minoría.

La cultura de la población catalanohablante es plural, pero con un elevado contenido “progre”: abundantes parejas de hecho, divorcios frecuentes, y lideran también las tasas de aborto. Esto contrasta radicalmente con las familias de los años 50 y 60, que garantizaban la continuidad del catalán.

Mientras la inmigración continúe, mientras la natalidad de las familias catalanohablantes siga siendo tan débil hasta el punto de que más de un tercio renuncie a tener hijos, y mientras disminuya el número de familias estables que garantizan la continuidad familiar hasta la edad adulta de sus hijos, ninguna política lingüística podrá recuperar el terreno perdido demográficamente.

Ésta es la realidad que el Gobierno de la Generalitat y la mayoría parlamentaria se niegan a reconocer, porque equivale a aceptar que una causa fundamental del retroceso del catalán es la misma concepción cultural e ideológica que promueven.

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