El gobierno de Cataluña y el Ayuntamiento de Barcelona tienen una manía que los descalifica como gobernantes del conjunto. Su irrefrenable fobia católica se manifiesta a la mínima de cambio y por su dimensión excesiva llega a herir incluso a personas que sin compartir esa fe entienden que debe haber un mínimo de respeto y consideración hacia una forma de pensar y una institución que forma parte de nuestra propia historia.
Se manifestó cuando la inauguración de la estrella de la Sagrada Familia a la que la alcaldesa no tuvo la atención de participar y que además mantiene apagada porque le molesta tremendamente que éste sea el símbolo más visible de la ciudad.
Sin embargo, esta fobia resulta aún más censurable cuando se aplica a los momentos de muerte y dolor. La diócesis de Barcelona ha perdido a un joven obispo auxiliar, Antoni Vadell, que ha fallecido tras una dolorosa enfermedad a los 49 años. El lunes se celebró la misa exequial oficiada por el cardenal Omella y acompañado prácticamente por todos los obispos de Catalunya, a la que asistieron un millar largo de personas. Pues bien, en esta ceremonia no sólo no estaba el presidente de la Generalitat, sino ni siquiera ningún consejero. Y lo mismo puede decirse por parte del Ayuntamiento, con la ausencia de la alcaldesa y del teniente de alcalde Jaume Collboni. Sólo estaba presente el tercer teniente de alcalde, Albert Batlle, de Units, que es el personaje que utiliza la autoridad municipal para que se haga presente en los actos católicos.
Para acabar de redondearlo el portavoz de ERC en el Congreso, Gabriel Rufián, reclama que la comisión sobre la pederastia, pero sólo centrada en los casos que afecten a personas del ámbito católico, debe ser retransmitida por la televisión. Seguramente, para asegurar el espectáculo. A todos los que promueven esta comisión, ya no digamos el caso de Rufián, habría que preguntarles qué les parecería que se pidiera una comisión para indagar sobre los robos cometidos sólo por los rumanos, o los gitanos o los inmigrantes. Con razón pondrían el grito en el cielo y dirían que esto es xenofobia, racismo, porque si se estudia un delito, no puede suscribirse a un grupo concreto porque es una forma clara de señalarlo y convertirlo en chivo expiatorio.
Pues bien, esto es exactamente lo que se hace al limitar la pederastia a personas del ámbito católico porque es público y notorio que los posibles delitos cometidos por éstos son una ínfima minoría, el 0,2%, de las cifras conocidas de la última década. Quieren la televisión por el 0,2% y pretenden dejar en la sombra el 99,8% de los restantes posibles autores de este tipo de delito. Es una forma como otra de ocultar el problema a base de señalar a los que precisamente son el grupo más minoritario.
Actuando de esta forma, una vez más lo que se hace es degradar la credibilidad de las instituciones del estado porque con tanta arbitrariedad se avanza de forma inexorable a convertir esta sociedad en ingobernable, porque al final no quedará ninguna institución que tenga autoridad frente a la ciudadanía.