Ahora, en las elecciones de mayo en Catalunya, el PP subirá. Es lógico, sale desde muy abajo y además tiene el viento de cola que empuja hacia arriba a los populares en España (las encuestas les dan entre 6 y 7 puntos de ventaja sobre el PSOE de Sánchez). Pero, sin embargo, la posición real en Cataluña seguirá siendo muy margina . Será el cuarto partido a notable distancia del tercero, si es que al final los Comuns de Colau, que están en bajón, no les acaban sobrepasando.
El PP tiene difícil prosperar en Catalunya porque cada vez que hace un intento de abrirse a la sociedad que lo acoge, recibe el bombardeo intenso de la “prensa amiga” en Madrid.
En estos momentos, han desatado una crítica digna de una mejor causa porque Núñez-Feijóo aún no ha nombrado al actual presidente del PP catalán, Alejandro Fernández, como candidato. Las reservas son lógicas y no vienen de ahora. Sus resultados electorales han sido malos. Ahora mismo, tiene un 3,1 de valoración en las encuestas y sólo detrás de Vox. Incluso la casi desconocida candidata de Aliança Catalana, Sílvia Orriols, acusada de xenófoba, obtiene mejor valoración del electorado. Eso sí, entre los votantes específicos del PP su cotización es alta, pero ¡vaya!, el problema es que tiene un elevado número de indecisos, más del 30% y eso hace que su mejoría tenga sombras y que la figura del candidato pierda importancia.
La única virtud reconocida de Alejandro Fernández es que responde bien al perfil que quiere la fracción más dura, el anticatalanista del partido y de su entorno. Es precisamente lo que no les gusta a la prensa amiga de Madrid, que considera, como escribe Ignacio Camacho en ABC, que la virtud de este PP de Fernández es “ir a contracorriente de una sociedad infectada por el virus nacionalista”. Ésta es la visión que desde Cibeles se tiene de Cataluña. Estamos infectados.
También es pecaminoso querer estar a bien con las élites catalanas y parece que, por el contrario, el desiderátum es estar contra ellas. Es difícil entender cómo un partido que debería declarar de entrada que está en contra de la inmensa mayoría de la sociedad y sus élites, puede prosperar y puede contribuir a que el PP logre el gobierno en España. Proclaman la necesidad de un modelo alternativo que abandone la «sumisión a la xenofobia identitaria» y «rompa las componendas con sus corruptas minorías extractivas». Que diga lo mismo en Cataluña que en toda España, olvidando que nada tiene que ver el PP galleguista con su equivalente catalán o el PP en el País Vasco, inequívocamente español, pero que defiende como un solo hombre los fueros, los derechos forales y el concierto vasco. Lo que es válido allí no debe tener equivalencia a aquí, sino que Cataluña no debe aspirar a ningún tipo de especificidad.
Porque como escribe también en ABC Ignacio Marco-Gardoqui, refiriéndose a la voluntad de tener un sistema de financiación específico, “¿eso tan bonito de las comunidades autónomas es una broma? ¿Cómo es esto de que el reino de Aragón, Valencia, León o Murcia no son históricas, pero el condado de Barcelona sí lo es?”.
Con esta mentalidad difícilmente se puede conseguir implantarse en medio de la sociedad catalana porque son una gente, y Alejandro Fernández participa de esta lectura, para la que la catalanidad es igual a catalanismo, el catalanismo igual a nacionalismo y ese igual a separatismo. O se es “español, español”, o un independentista contumaz. No hay medias tintas.
En todo esto tienen puntos de semejanza con la izquierda porque para ellos la Mancomunidad nunca ha existido. Prat de la Riba era un sujeto imperialista peligroso, Cambó nunca fue de fiar y Pujol, premio español del año del diario ABC , un peligroso independentista camuflado. Francamente con estos amigos Núñez-Feijóo lo tiene difícil para ser presidente del gobierno.