El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, está siendo sometido a un proceso de impeachment (destitución) liderado por la Cámara de Representantes, de mayoría demócrata desde las elecciones parlamentarias parciales del 2018.
No obstante, y como era esperable, el proceso parece abocado al fracaso. La mayoría republicana en el Senado, consciente de que Trump sigue siendo la mejor carta para ganar las presidenciales el próximo año, no está nada dispuesta a retirarle la confianza.
A pesar de la contundencia de algunos testigos, como el Embajador de los Estados Unidos en la Unión Europea, Gordon Sondland, las pruebas presentadas para comprometer seriamente a Trump siguen siendo insuficientes. Al menos a los ojos de los republicanos, incluso los más distantes del Presidente.
Así lo afirma por ejemplo Will Hurd, un parlamentario republicano centrista muy crítico con el Presidente y que participa en el comité de inteligencia del impeachment.
Según Hurd, “una transgresión susceptible de impugnación tiene que ser convincente, aplastantemente clara y sin ambigüedades”. Hurt afirma no haber “escuchado ninguna prueba que demuestre que el Presidente sobornó o extorsionó”.
La posición de Hurd deja entrever el futuro del proceso de impeachment: después de ser aprobada en la Cámara de Representantes, la acusación será chafada en el Senado. Algunos comentaristas afirman que los republicanos incluso esperan que algunos demócratas voten contra el impeachment por falta de pruebas, a pesar de que esto está por ver.
Una apuesta poco inteligente de los demócratas
El comportamiento a corto plazo que los demócratas están demostrando con un impeachment cuestionable por razones políticas y legales se inscribe en la obsesión por echar a Trump de la Casa Blanca a cualquier precio y lo antes posible. A pesar de que las elecciones presidenciales tendrán lugar dentro de menos de un año.
De confirmarse, el fracaso del impeachment tendrá el efecto inverso al deseado por los demócratas, y reforzará al Presidente precisamente en el año de las elecciones. En efecto, Trump podrá presentar a sus rivales como unos mentirosos que anteponen los intereses partidistas a los nacionales.
Por otro lado, con toda la atención mediática y buena parte de la política desviada hacia el impeachment, la maquinaria de Washington funciona a medio ritmo en un contexto internacional de tensiones internacionales e incertidumbre económica.
En vez de jugar la carta de una oposición positiva y constructiva, los demócratas desaprovechan una oportunidad tras otra de consolidarse como alternativa a los republicanos conservadores de Trump y se convierten en víctimas del propio juego personalista del Presidente, en el que tienen mucho a perder y poco a ganar.
El asunto ucraniano en el origen del proceso
El móvil escogido para el impeachment ha sido un caso de política exterior que afecta a las relaciones de Trump con el gobierno ucraniano, aliado de los Estados Unidos desde la crisis con Rusia del 2014.
Los iniciadores del proceso de impugnación denuncian que Trump abusó de su posición para condicionar una visita del presidente ucraniano Volodymyr Zelensky y el pago de ayudas militares a la apertura por parte de Ucrania de una investigación contra el exvicepresidente de Obama Joe Biden y su hijo Hunter.
Biden es actualmente candidato a las primarias demócratas y uno de los políticos mejor posicionados para competir contra Trump en 2020.
En cuanto a su hijo, aceptó precisamente en 2014 ser miembro del consejo de administración de una empresa de gas ucraniana siendo su padre vicepresidente de un gobierno que apoyaba a todo precio al ucraniano. Todo ello una maniobra de dudosa ética, como admiten muchos demócratas.