Anatomía de un desequilibrio que ya no puede disimularse: pensiones, salarios de los funcionarios, Corredor Mediterráneo

Basta hojear tres páginas de un mismo diario, de un solo día, de un solo instante, para entender con una claridad casi violenta la raíz de las crisis que desmontan la confianza ciudadana.

Tres noticias, aparentemente inconexas, revelan la radiografía de un país que se ha acostumbrado a disfrazar los problemas hasta resultar irreconocibles. Un país en el que la población –especialmente la más joven– ya no ve la política como un espacio donde encontrar soluciones, sino como un escenario donde se les representa una obra de magia barata: desaparecen derechos, aparecen promesas, y el público, cada vez más decepcionado, suspira cuando el telón cae.

La primera escena la protagoniza Ursula von der Leyen.

La presidenta de la Comisión Europea, con esa serenidad que solo pueden permitirse los políticos que no dependen de los electores, soltó una frase que en España habría hecho tambalear edificios: «Habrá pensiones muy bajas. Mejor que los jóvenes se preparen un plan complementario». Dicho así, con la tranquilidad de una administradora que te enseña el futuro como quien muestra un informe de meteorología.

Von der Leyen dice lo que Sánchez nunca se atrevería a verbalizar. Porque aquí, a diferencia de Bruselas, vivimos instalados en la «tómbola de las buenas noticias». Los gobiernos compiten no por solucionar problemas, sino por anunciar que no los hay. Por eso, mientras Europa advierte con claridad, en España sigue vendiéndose la ficción que el sistema de pensiones aguanta. Pero lo que realmente aguanta es el engaño: una generación joven con bajos salarios, poder adquisitivo estancado y un futuro hipotecado por un modelo que ya no puede sostenerse

Porque sí: la generación actual paga la factura de un abuso intergeneracional monumental. Unos salarios de primera incorporación que parecen los de hace veinte años, una crisis de la vivienda que nos retrotrae a la posguerra, y unos precios que convierten la idea de formar un hogar en un ejercicio de imaginación. España ha creado un ecosistema en el que los jóvenes deben ser heroicos para simplemente vivir.

Segunda escena: los salarios.

No los de todos, sino los que separan a los ciudadanos en dos Españas. Por un lado, el sector público, con estabilidad garantizada y retribuciones que, tras el incremento del 11% que quiere impulsar el Gobierno, se situarán entre los 29.000 y los 37.000 euros anuales. Por otro, el sector privado, atrapando pulso en la cuneta del salario real: 28.049 euros de media, 27.000 en servicios, 31.000 en industria.

Pero la media es una ilusión estadística. La verdad amarga es otra: el salario más frecuente, el que cobra el grueso de trabajadores, es de 1.500 euros brutos al mes. Un tercio de los trabajadores españoles no llega ni siquiera a eso. Y en el último año, los menores de 25 años han visto cómo su salario retrocedía, y el tramo de los 25 a los 34 ha sido el que menos ha crecido. Son los mismos a los que se recomienda, con ironía involuntaria, que se hagan «un plan de pensiones privado». ¿Con qué margen? ¿Con qué dinero? ¿Con qué esperanza?

Es un país que dice a sus jóvenes: “Ganáis poco, pagáis mucho, esperad aún menos”. Y después nos preguntamos por qué están frustrados.

Tercera escena: el corredor mediterráneo.

Empresarios de la costa mediterránea se reúnen con Óscar Puente, un ministro cuyo optimismo es inagotable para aplazar fechas. El proyecto debía estar listo en 2021. Después en 2024. Ahora en 2027. Y, si todo sigue el guion, la próxima revisión coincidirá con algún cambio de gobierno conveniente. Todo esto, solo hasta la frontera: Francia, ya se sabe, no tiene prisa. El túnel está ahí, el servicio no.

¿Y el acuerdo Sánchez-Macron escenificado en Barcelona que debía cambiarlo todo? Una fotografía, una copa de cava y una desaparición sin rastro. Ni conjuntos ministeriales ni avances transfronterizos. Simplemente nada.

Mientras, la autopista del Mediterráneo es un embudo mortal, la conexión ferroviaria Barcelona-Valencia es una anomalía tercermundista, y lo que debía ser el gran eje logístico europeo es hoy una metáfora perfecta del país: anunciado, celebrado, aplazado, siempre pelota adelante y listos.

Tres escenas, tres diagnósticos, una misma conclusión: en España solo hay crisis cuando ya no hay forma humana de disimularla. Y, sin embargo, todavía se prueba.

No se trata de llorar. Se trata de constatar. Cuando una ciudadanía renuncia a reclamar, a organizarse, y a exigir lo suyo, ocurre esto: pensiones que se desvanecen, salarios que no llegan, infraestructuras que no existen. Todo lleno de promesas, fotografía y propaganda. Todo vacío de realidad.

La política puede esconder muchas cosas. Pero no puede esconder para siempre lo que la gente vive cada mes cuando cobra. Cuando paga. Cuando intenta vivir.

Y estas tres páginas de un diario son, simplemente, el espejo.

Es un país que dice a sus jóvenes: Ganáis poco, pagáis mucho, esperad aún menos. Y después nos preguntamos por qué están frustrados Compartir en X

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