El balance de cierre de 2022 y las perspectivas derivadas en la apertura del año en curso son confusas, y no sólo porque éste parece ser el signo de los tiempos, sino porque los datos oficiales no ayudan a sacar el entramado.
Sánchez, en su última comparecencia pública, celebró con razón la gran reducción de la inflación que había registrado España. Algo incuestionable debido sobre todo a la reducción de los precios de la energía. Sin embargo, de lo que no informó es que la inflación subyacente, la más difícil de dominar y que excluye los precios de la energía y de los productos alimenticios no transformados, supera la tasa general de inflación, para marcar una magnitud muy alta, por encima del 6%. Si a este hecho se le añade que la inflación crece menos, pero que lo hace sobre un acumulado que ya ha crecido, debería apuntarse que la perspectiva futura no es ni mucho menos halagadora. En este sentido, la necesidad de un pacto de rentas, condición que parece olvidada, sigue siendo una necesidad. Los aumentos de funcionarios y pensionistas por encima de la inflación no ayudan en su control y hacen aún más exigible el citado pacto que debería contemplar estas dos componentes.
El crecimiento, también como ha apuntado el presidente del gobierno, cerrará el año en positivo alejando todos los malos augurios que se habían producido. Pero sobre este resultado también pesan algunas consideraciones que no pueden descuidarse. La primera es que España partía de una de las mayores caídas del PIB de toda la UE y, por tanto, su rebote debía ser también más importante. La segunda es que a pesar de todo, somos el único país que no ha recuperado el PIB de 2019. En tercer lugar, no es un tema menor, el gobierno español forzó la dimisión del presidente del Instituto Nacional de Estadística (INE) porque consideraba que los cálculos sobre el PIB y la inflación que calculaba este instituto no eran correctos. Ha sido una intromisión importante, una más que afecta a la credibilidad de las estadísticas públicas, cuanto antes el CIS de Tezanos ha dañado la credibilidad de sus sondeos. Tras el cambio, se rectificaron las previsiones de crecimiento del PIB y en el primer trimestre pasó de un -0,2 a un 0,1 positivo, es decir, ganó 3 décimas, una por mes. Y, en cuanto en el segundo trimestre, la revisión al alza fue aún mayor del 1,5 al 2. Todo ello abre campo a la polémica y a la pérdida de credibilidad.
El empleo es otro capítulo que le permite sacar pecho a la vicepresidenta Díaz. Según los datos oficiales hay menos parados que en 2018, 2,9 millones frente a 3,3 millones, y la tasa de paro ha bajado del 14,5 al 12,6. Pero estas cifras tienen mucho que ver con la categoría que es hoy central en la clasificación de las personas que trabajan, de los parados fijos discontinuos que representan más de 2 millones de contratos, cuando antes de la reforma sólo eran 200.000, una cifra casi marginal. El Ministerio de Trabajo se niega a dar información sobre qué parte de estos fijos discontinuos están realmente trabajando o en paro e incluso cobrando subsidio. Por tanto, aquí hay una clara ocultación en número de personas realmente paradas. En el Observatorio Trimestral del Mercado de Trabajo del instituto EY-Sagardoy se considera que en lugar de los 2, 91 millones de parados, la realidad estaría en 3,3 millones, una cifra que habría estado creciendo desde mayo del 2022 con la excepción de septiembre. Por tanto, también en este caso el capítulo de los parados presenta problemas de fiabilidad. A esto se le añade que el número de horas trabajadas según INE señala que todavía no se han recuperado las que se producían antes de la pandemia y este hecho acentúa la impresión del maquillaje “Díaz” del paro en España.
Todo ello hace difícil definir el escenario, y si algo puede decirse es que la política de control del gobierno de todas las instancias (parlamentaria, judicial) y de los institutos autónomos incluidos, capítulos tan delicados como la opinión y la estadística , se ha convertido en un verdadero problema para interpretar dónde estamos y qué nos espera. En todo caso, hay un hecho que no engañará: las condiciones de vida de la gente y la forma en que lo manifiesten.