El gobierno de Alemania del democristiano Friedrich Merz se plantea, según fuentes del diario Politico.eu, adquirir una quincena de aviones de combate estadounidenses F-35. Estos se sumarían a los 35 ya previstos desde el 2022, elevando la cifra total a 50.
A primera vista, la noticia no tiene nada de especial: Alemania adquiere más armamento dentro del inmenso plan de gastos militares anunciado por Merz.
Pero la cuestión es que cada vez que Berlín anuncia una compra de material estadounidense, París estornuda. Y más cuando se trata de aparatos aéreos, ya que ambos países lideran lo que debía ser el programa europeo de defensa emblemático, el Sistema de Combate Aéreo del Futuro o FCAS (del inglés Future Combat Air System), en el que España tiene una participación minoritaria.
Hecho público en 2017, el FCAS se fijó el objetivo de desarrollar conjuntamente un avión de combate multimisión que se convirtiera en la columna vertebral de las fuerzas aéreas europeas a partir de 2040. El objetivo no era tan solo disponer de una plataforma aérea líder a nivel mundial, sino también incrementar la autonomía estratégica de escala.
El programa empezó con mal pie, ya que los ingenieros franceses de Dassault Aviation, que debía ser el socio principal del proyecto, vieron con gran suspicacia las demandas de sus colegas alemanes de Airbus Defence and Space de compartir secretos tecnológicos relativos, por ejemplo, al sistema de control del aparato.
De hecho, el proyecto ya se detuvo durante unos meses en el 2022 por desavenencias entre las dos empresas y los respectivos ministerios de defensa.
Tres años después, los actores industriales franceses habrían vuelto a la carga exigiendo llevar a cabo el 80% del trabajo en los componentes centrales del aparato. El propio Merz se inmiscuyó durante un encuentro a mediados de julio con el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, en Berlín, afirmando que la composición final del consorcio no se había resuelto.
Hasta ahora, Merz se había presentado como el nuevo campeón de la industria de defensa europea, insistiendo en que las fuerzas armadas europeas debían comprar más material fabricado dentro de las fronteras del bloque. De hecho, hace unos meses llegó incluso a afirmar que «lograr paso a paso una independencia de Estados Unidos» en materia de defensa era su «prioridad absoluta».
Sin embargo, desde entonces Alemania ha buscado diversas fórmulas para evitar que su movimiento acabe beneficiando excesivamente al país europeo que dispone de una industria militar más diversificada, Francia. Por ejemplo, el pasado abril Berlín propuso que Reino Unido y Canadá pudieran acceder al plan de financiación militar de la Unión Europea (SAFE).
Merz tiene una cita con el presidente francés Emmanuel Macron antes de agosto para tratar, entre otros, el estancamiento del programa FCAS y el rumbo que debe tomar la cooperación europea en defensa.
Lo que quedó claro en cualquier caso en la cumbre de la OTAN en La Haya del pasado junio es que la idea de borrar Estados Unidos del mapa fue una locura que habrá durado unos escasos meses antes de que Trump se reafirmara como líder militar de Occidente.
Cada vez que Berlín anuncia una compra de material estadounidense, París estornuda. Y más cuando se trata de aparatos aéreos, ya que ambos países lideran lo que debía ser el emblemático programa europeo de defensa Compartir en X