«Debemos saber quiénes hemos sido y quiénes somos si queremos construir un edificio aceptable dentro del gran marco de la sociedad occidental a la que pertenecemos por filiación directa desde el tiempo de los carolingios». Con estas palabras Vicens Vives abría su libro, “Noticia de Cataluña”, que ha sido un paradigma durante casi medio siglo.
Hoy retorna la necesidad de conocernos para salir de lo que parece un hundimiento colectivo. ”De lo que se trata es que nuestro bien y nuestro mal no tenga secretos y medir el acierto o el error en el trabajo hecho“. Necesitamos recuperar esta sabiduría porque después de poco más de un cuarto de siglo de autogobierno nos hemos perdido. Nos hemos perdido tanto, que las propias expresiones de Vicens Vives, sociedad occidental, filiación directa, carolingios, irritan la piel de un buen montón de compatriotas.
Necesitamos recuperar el horizonte de sentido que rehaga la energía colectiva, más allá de la caricatura y la politiquería, para volver a ser una comunidad que comparte una esperanza definida.
La capacidad de rehacernos
Por seis veces hemos colonizado nuestra propia tierra. En el siglo III al retemblar la civilización urbana mediterránea. En el siglo IX después del establecimiento del poder carolingio. Entre los siglos XII y XIII, cuando los montañeses bajaron a la “Terra Baixa”, la cuarta entre los siglos XV y XVI, con la inversión de capitales privados en la desecación de deltas y marismas; la quinta durante el siglo XVIII con la ampliación de los cultivos de cereales y viña a expensas del bosque. Finalmente, en el siglo XIX, la industrialización y construcción de un importante stock de capital en infraestructuras. La del primer estatuto frustrado por la guerra y los propios errores, el momento exultante de la recuperación de la autonomía ya a finales del Siglo XX, y el segundo estatuto. Y a partir de ahí, con el tercero, y después ya en el siglo XXI una acumulación de errores surgidos sobre todo de nosotros mismos, más que de circunstancias exteriores adversas.
Somos el resultado histórico de aquellas grandes acciones colectivas.
Ahora si deseamos recuperar nuestra autoestima y confianza debemos emprender la séptima. O esto o “el adiós”. O esto, o pasar a engrosar la lista de pueblos colapsados, desaparecidos, en los recodos de la historia.
De ellas también podemos extraer el ejemplo de cómo han sido de decisivas las grandes transformaciones sociales. Les tres primeras con éxito: la nueva legitimación jurídica de los monarcas carolingios durante el siglo IX, refundando las relaciones jurídicas agrarias de la época romana; la revolución “remença” de 1484, y la revolución industrial, el paso traumático de una sociedad agraria a otra fabril. La frustrada, del 1936, nos dice mucho de la catástrofe que significa elegir un camino bajo la bandera de las categorías universales abstractas, apartadas de la propia historia.
También hoy necesitamos una nueva trasformación social impidiendo la implantación de una sociedad dual, para ganar la batalla de la economía y de la excelencia social. Hacer aquello que hacemos bien. Trabajo, iniciativa, audacia emprendedora, tarea bien hecha. Pero, también con ambición de cohesión social, de una moralidad bien definida y de un sentido espiritual que siempre ha formado parte de nuestra forma de entender la realidad. Nuestra ambición no puede ser menguante. Juntos podemos aspirar a convertirnos en un país destacado en el mundo. Y tenemos las herramientas y la gente, aunque quizá no los políticos.
Palpémonos el cuerpo colectivo y examinemos cómo están las “tres K “–bien definidas por Guillem López Casasnovas. La “K” del capital público, las infraestructuras y los equipamientos, la gran batalla actual. La del capital humano, que presenta limitaciones crecientes, y la del olvidado y decisivo capital social.
La batalla de las infraestructuras se traduce en más inversión, pero sobre todo en su ejecución rápida y masiva, con la fuerza del rayo que conmueve el cielo. Esto y reorientar substancialmente la política regional española.
Capital humano significa reflexión y acción. Definir objetivos precisos. Es vital recuperar la capacidad educadora de Cataluña y superar el desastroso estado de nuestro sistema educativo
Y con el capital social debemos comenzar mejorando sus cimientos, fomentando la estabilidad matrimonial, la descendencia y la capacidad educadora de los padres.
Construir este país no significa transformar a los suicidas en profetas, sino proponer la utopía realizable, aquella de la que se saben los pasos necesarios para alcanzarla.