Aunque desde que tengo uso de razón siento la política como algo muy cercano (durante mucho tiempo participé activamente en ella y desde que la dejé hace 8 años sigo ligado como analista en medios y redes y como profesor universitario), no entiendo bien lo que ha ocurrido en España en estos últimos meses.
No entiendo por qué tuvieron que repetirse unas elecciones con el argumento de que no había mayorías suficientes para formar gobierno, o que las mayorías posibles no eran factibles por razones que ahora ya no parecen válidas. Tampoco entiendo las prisas por celebrar la investidura en plenas fiestas navideñas y esperar después una semana para formar gobierno.
No entiendo por qué el ya presidente del Gobierno dijo que no dormiría tranquilo ni él ni el 95% de los españoles si pactaba con una formación como Podemos que entre otras cosas proponía un referéndum de autodeterminación en Catalunya o defendía que en España había presos políticos. No entiendo qué ha cambiado para que ahora ya podamos dormir tranquilos todos. Si me lo explicaran, yo también dormiría más tranquilo. Tengo algo de insomnio y no sé cuál es el motivo.
No entiendo por qué era absolutamente imposible un Gobierno con Pablo Iglesias formando parte de él, y ahora ya no representa ningún problema. Por cierto, que Iglesias respondió a aquel órdago con gran inteligencia y dignidad. Pero no fue suficiente para sellar un pacto con un PSOE que aspiraba a mejorar sus resultados en la nueva convocatoria.
No entiendo por qué nos dijeron que “nunca” pactarían con partidos independentistas y ahora lo han hecho sin demasiados obstáculos. A pesar de que la portavoz de uno de esos partidos (ERC) acusó de “verdugos” y “cómplices” a los socialistas por mantener a los políticos independentistas en la cárcel. Y además afirmó en el Congreso (del Estado), en la sesión de investidura del presidente del Gobierno (del Estado), que la “gobernabilidad (del Estado) le importa un comino”, aunque su formación acabara absteniéndose para garantizar la investidura. Hecho que por otra parte podría servir, o no, para encontrar una salida al laberinto catalán.
No entiendo por qué un partido como Ciudadanos, que inicialmente reivindicaba el centro político, se hizo el “harakiri” al negarse a pactar con Sánchez, cuando todo el mundo menos su líder veía lo que iba a ocurrir si se repetían las elecciones. Los manuales de ciencia política estudiarán ese fenómeno en el futuro.
No entiendo por qué un partido como el Partido Popular se empeña en competir con Vox para recuperar unos votantes que seguramente nunca volverán dejando un gran espacio en el centro que los socialistas van a dejar expedito al pactar con Podemos.
No entiendo que un partido llamado Vox, que dice defender valores cristianos, manipule vilmente la información sobre violencia sexual para responsabilizar a los inmigrantes de actos que mayoritariamente son cometidos por españoles. No entiendo esa ni muchas otras propuestas de su programa que estoy convencido que el Papa Francisco condenaría sin dudarlo ni un segundo.
No entiendo que la portavoz de Junts per Catalunya, imputada por un presunto caso de corrupción, siga ostentando su cargo como si nada ocurriera y su formación haya abandonado toda voluntad de influir en la gobernabilidad del Estado, pero siga presentándose a las elecciones generales. Exactamente igual que la CUP. ¿Qué hacen esas dos formaciones en el Congreso Español además de cobrar y ocupar sus escaños? ¿Qué fue de la antigua CiU?
No entiendo qué hace el portavoz de la formación heredera del brazo político de ETA (aunque ETA ya esté desarticulada) preguntándose por los terroristas supuestamente asesinados por la policía y olvidando los cientos de muertos que provocaron esos mismos terroristas.
Tan sólo entiendo al PNV, el partido que siempre gana, pase lo que pase y ocurra lo que ocurra. El partido con el discurso más inteligente, y tal vez más ambiguo, que le permite pactar a derecha e izquierda sin rubor alguno y defendiendo los intereses de sus votantes y del territorio que representan.
Yo no soy nacionalista, pero si lo fuera, sería nacionalista vasco. Hace tiempo que medito sobre la posibilidad de trasladar allí mi domicilio y cambiarme el nombre por Joseba, si es que me lo permiten.
No entiendo casi nada de nada, y me temo que nadie va a resolver mis dudas y seguiré con insomnio y sin respuestas durante mucho tiempo.
Feliz 2020 y que la suerte nos acompañe. La vamos a necesitar.