En los pasillos de la diplomacia salta un coro de incertidumbre. Europa una vez más parece estar anidando el precipicio de la historia porque sus tensiones con motivo de la guerra entre Rusia y Ucrania han escalado hasta niveles peligrosos. Como siempre, la cuestión se debate entre la diplomacia y la acción militar.
Emmanuel Macron, el presidente de Francia, ha encendido la mecha al plantear la posibilidad de enviar tropas europeas a Ucrania. En una conferencia de prensa después de una cumbre sobre este país, Macron declaró: “no es necesario descartar nada. Haremos todo lo posible para evitar que Rusia gane esta guerra”, y ese “no descartar nada” incorporaba el envío de soldados a esa guerra. La iniciativa de Macron fue rápidamente desmentida por todos sus aliados europeos, Alemania, Reino Unido, Suecia (que ha recuperado el servicio militar obligatorio), Polonia, Hungría, República Checa y también España e Italia, además de EE.UU. Todos afirmaron, no sólo la negativa a enviar tropas, sino a participar a distancia con ellas, porque la iniciativa de Macron fue posteriormente matizada en el sentido de que el envío no significaba el enfrentamiento directo con los rusos.
Pero, cuando las aguas parecían recuperar cierta tranquilidad, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ha vuelto a encender otra mecha al declarar la necesidad de prepararse para la guerra, advirtiendo, eso sí, que ésta no tenía por qué producirse, pero que era necesario prepararse.
La casi unanimidad de los países europeos a emprender esta posibilidad no puede ignorar la escalada que se ha ido produciendo en el caso de Ucrania: de proporcionar armamento defensivo y ligero se ha pasado a enviar tanques, artillería y misiles de alcance intermedio de última generación, y de negar la posibilidad de enviar aviones de combate, a entrenar a pilotos para que puedan utilizarlos. Es decir, nos han hecho comer la alcachofa del conflicto hoja a hoja y no poco a poco para que no nos atragantáramos.
Cada vez más la dinámica recuerda el preludio de la II Guerra de los Treinta Años que Europa llevó a cabo entre 1914 y 1945 y que desembocó en la destrucción de la sociedad europea y en el inicio de una amenazadora Guerra Fría. Este período que comenzó con la I Guerra Mundial fue un suicidio de la misma civilización europea. Pasaron del victimismo tecnológico y económico a, como describe Blom en su libro “Fracture”: “los propios cuerpos se transformaron en una materia prima de muerte, casi indistinguible de blanco, marrón y gris que le rodeaba transformando todo ello en un limo omnipresente que olía a cadáveres y heces humanas y se traga cuerpos enteros como un pantano podrido”.
En otros términos, el gran disidente del poder soviético Alexander Solzhenitsin en su discurso al recibir el importante premio Templeton de 1983, aquella guerra: “tuvo lugar cuando Europa, llena de prosperidad y abundancia, cayó en una furia de automutilación ”… “la única explicación posible para todo esto es un eclipse mental entre los líderes de Europa por su pérdida de conciencia de un Poder Supremo por encima de ellos”.
Soljenitsin en su intervención hacía una pregunta que ahora es absolutamente pertinente en el caso de Ucrania “no era tanto la de por qué empezó la I Guerra Mundial, como la de por qué continuó, cuando a principios de 1915, medio año después de haberse iniciado el conflicto, era evidente que la guerra estaba estancada. Por qué, entonces, nadie tuvo la autoridad para decir “¡Alto!”: utilice el freno de emergencia que evitaría que el tren de la civilización occidental se precipitara desde un puente cerrado a un abismo de destrucción”.
Es exactamente la situación en la que nos encontramos hoy, donde el conflicto real no es la agresión de Rusia, que tiene una capacidad militar convencional limitada como se manifiesta en Ucrania, sino la cuestión ideológica que impera en muchos gobiernos europeos, empezando por Von der Leyen y terminando por Sánchez, que ven con malos ojos y demonizan a Rusia, que se presenta como alternativa cultural y moral.
.Se ha dicho, de todas las formas posibles, que Rusia no tiene capacidad militar para atacar a Europa. Su potencial económico equivalente al italiano no da para grandes alegrías militares. Rusia no es la URSS. Hay mucho interés ideológico y geopolítico que nada tiene que ver con la amenaza militar rusa contra Europa y sí con la lucha de culturas y de intereses geoeconómicos.
En ningún caso los ciudadanos de Europa debemos dejarnos llevar por la propaganda sistemática de gobiernos y medios que quieren empujar en esa dirección. No queremos que nuestros hijos y nietos sean destruidos por otro holocausto europeo. No queremos repetir los errores del pasado de la mano de unos líderes que han perdido todo sentido de la paz y la justicia, que castigan a Rusia hasta ponernos en riesgo de conflicto bélico y asumen que Israel ya haya matado a 30.000 personas , en su inmensa mayoría ciudadanos, en su respuesta a la agresión de Hamás.