Apuntaré con concisión dos cuestiones vitales y de gran dimensión, que resumen bastante bien el fracaso actual de España. Una es la demografía. La otra, la productividad. Dos hechos auspiciados por la cultura dominante y las políticas públicas desarrolladas.
La tasa de fecundidad (1,19) está por debajo de la de Europa, (1,53), que es mejor pero que tampoco alcanza la cifra de remplazo de 2,1 hijos por mujer (de 15-45 años), pero al menos en ellos, existe un esfuerzo creciente para conseguirlo mediante políticas de ayuda a la familia. Es el caso de Suecia, Francia o, más recientemente, Hungría e Italia, como más destacados. No es el caso español. No solo estamos peor, también vivimos ajenos al problema.
España dedica solo el 1,3 % del PIB a las ayudas a la familia y a la infancia. Mientras que la media europea es del 2,2%. Esto significa que España invierte un 40% menos que la media europea en política familiar. De cada 18 euros que España dedica a gastos sociales, solo 1 euro se dedica a la familia.
En comparación con otros países de Europa, España se encuentra a la cola en ayudas a la maternidad y a la crianza. Por ejemplo, Francia es el país de la unión que más PIB dedica a gastos sociales, alrededor del 4%, seguido de Dinamarca y Finlandia. El resultado son ayudas que superan los 900 euros por hijo y que el 92% de las plazas de las guarderías sean gratuitas. Otros países como Suecia, Italia o Alemania también ofrecen prestaciones más generosas y flexibles que las españolas. Italia más recientemente, con el gobierno Meloni, ha desarrollado un amplio abanico de medidas, entre las que destacan:
- Una ayuda universal de entre 50 y 180 euros por hijo al mes, en función de la renta, hasta que el hijo cumpla 21 años o más si está estudiando o tiene discapacidad.
- Una reforma de los permisos de paternidad para favorecer el empleo femenino y la conciliación familiar.
- La eliminación de impuestos a las familias con al menos dos hijos.
Estas medidas se enmarcan dentro del llamado Family Act, un proyecto de ley integral que busca relanzar la natalidad y mejorar la calidad de vida de las familias italianas.
El problema de la insuficiencia de nacimientos se ha agravado en España desde 2015, cuando el balance vegetativo, la diferencia entre nacimientos y defunciones, comenzó a ser negativo, y alcanzará según el INE un saldo negativo de mas de 122.000 personas en 2022
¿Es la inmigración la respuesta?
Tal y como se plantea en España, la inmigración lejos de formar parte de la solución agrava el problema año tras año. Una inmigración masiva en un marco de déficit vegetativo importante y en una sociedad de envejecimiento galopante es, por mucho que la palabra desagrade a algunos, un proceso imperfecto de sustitución. Y esto tiene consecuencias muy negativas. Y es imperfecto, y esta cuestión es muy relevante, porque esta sustitución es ficticia en términos de productividad.
Un recién llegado tiene una productividad un 19% inferior a la de un autóctono, dado que su inversión en capital humano ha sido menor, y cuando no es así, dado que un inmigrante tiene un capital social tendente a cero, su posibilidad de optar a trabajos más productivos se ve muy limitada a pesar de su calificación. La única excepción son los inmigrantes europeos, pero su número es reducido comparado con el resto.
Según FEDEA, (aquí) y (aquí), la persistencia de un nivel tan bajo de fecundidad en una población cada vez más longeva supone un reto para la sostenibilidad del estado del bienestar y, en particular, para el sistema de pensiones y la organización social de provisión de cuidados. Además, la baja fecundidad implica que muchas personas y parejas no pueden cumplir sus deseos reproductivos, lo que afecta a su bienestar personal y familiar. La avanzada edad de la mujer en la gestación del primer hijo y la tardanza en la emancipación de los jóvenes, son factores determinantes que nos remiten a múltiples causas: la precariedad laboral, la falta de apoyo institucional a la crianza.
Pero también es evidente que hay un potente factor cultural. La corriente que sostiene que no se deben llevar hijos a un mundo en crisis. También, el marco de referencia de un determinado feminismo, que ve en la maternidad una supeditación al hombre, sería una poderosa causa del desapego hacia la posibilidad de ser madre. Otra, seria la conversión del aborto como un «derecho», que liquida toda trascendencia al engendrar y del hijo engendrado.
La baja fecundidad también tiene efectos sobre la economía, como la reducción del mercado laboral, el aumento de la dependencia y la presión sobre el sistema de pensiones.
La baja natalidad implica una menor demanda interna, una menor innovación y competitividad. Además, afecta a la distribución de la renta y la riqueza entre generaciones, ya que las familias con hijos deben asumir unos costes que no se ven compensados por las políticas públicas. La menor natalidad entre el máximo decil de renta tiende a favorecer la concentración del capital y aumentar la desigualdad.
La relación entre baja natalidad, inmigración y productividad es compleja y depende de diversos factores, como el nivel de educación, la integración laboral y social, y las políticas públicas de los países receptores. La inmigración puede estimular el crecimiento económico y la productividad en las economías avanzadas al aumentar la oferta y la diversidad de la mano de obra, el capital humano y la innovación, en la medida que la estructura productiva del país lo favorezca y la inmigración posea altos niveles de preparación. En este supuesto, lo que acaece en sentido negativo es una descapitalización humana de los países de emigración.
Sin embargo, también puede generar presiones sobre los salarios, el empleo y los servicios públicos, especialmente si los inmigrantes tienen dificultades para adaptarse al mercado laboral y a la sociedad de destino, y también si su efecto en el país receptor es favorecer el crecimiento de los sectores de baja productividad e intensivos en mano de obra. El ejemplo paradigmático es la hostelería y el turismo.
Por otra parte, la baja natalidad puede tener efectos negativos sobre la productividad al reducir el tamaño y la calidad de la población activa, y aumentar la carga fiscal y el gasto público en pensiones y salud. No obstante, también puede tener efectos positivos al incentivar el ahorro, la inversión y la mejora de las condiciones laborales de las mujeres.
Pero, ¿en qué casos es un factor favorable o por el contrario contraproducente, como ha funcionado en España? Será en el próximo artículo.
Artículo publicado en La Vanguardia
1 comentario. Dejar nuevo
[…] en cambio recibe proporcionalmente a muchos más inmigrantes no cualificados que, para más inri, provienen en general de culturas muy diferentes a la nuestra y resultan […]