Lo dice el manual: un año, 15 meses antes de las elecciones municipales, el gobierno genera un alud de propaganda para demostrar lo mucho que va a hacer en el futuro y elevar a la máxima categoría lo que ha hecho. Asimismo es en el período de los 4 años en que se concentra la mayor parte de inauguraciones. Colau y Collboni cumplen rigurosamente esta norma.
Por ejemplo, ayer nos informaban con multitud de datos el nuevo Paseo Marítimo que tomará todo el litoral, convirtiéndolo en una zona deportiva. Luego, en la práctica, todo esto queda en muy poco. Basta con recordar las promesas sobre la cobertura de la Ronda de Dalt para constatarlo.
También, ayer mismo, La Vanguardia ofrecía un reportaje de 36 páginas, “Hacia la Barcelona 2030”, que empezaba con un fastuoso artículo de Colau, “Barcelona lidera”, acompañado de una fantástica imagen de ciencia ficción sobre la futura Mercedes en el Bon Pastor y una espléndida foto de la alcaldesa debidamente repasada por Photoshop. A lo largo de estas 36 páginas nos explicaban lo formidable que será Barcelona en el 2030 a través de una serie de actuaciones. De este conjunto de propaganda cabe destacar un hecho que es su tono. Colau ya no es la alcaldesa de los desfavorecidos, sino que, siguiendo la matriz del PSC de toda la vida, ahora es la del liderazgo, la de ser primeros del mundo, la de la tecnología, la innovación, la creatividad, la neoindustria, las start -hubs y las tecnologías Deep-Tech.
Toda esa cantidad de imagen no esconde la cruda realidad de Barcelona. Por ejemplo, en lo que va de año, 10 personas que viven en la calle han muerto; es decir, 1 cada 9 días. El último caso está siendo investigado por los Mossos. Es un escándalo, pero estos muertos no parecen importar mucho ni al Ayuntamiento ni a los medios de comunicación.
O, por citar otra referencia, la crisis permanente que vive el Raval y que da lugar a que personas que habían ido a vivir fiadas en la promesa de una mejora de la calidad del barrio, se marchen y sean sustituidas por otras que pertenecen al mundo de la inmigración o de escasos recursos. Cabe recordar que con el plan Del Liceu en el Seminario de 1980, es decir, hace 42 años, se iniciaron una serie de actuaciones en el Raval para mejorar sus condiciones de vida y conseguir que arraigara población con mejor capacidad de renta, familias con hijos que, en definitiva, transformaran el barrio y lo sacaran de la marginalidad. Medio siglo después y al final del segundo mandato de Colau, cabe constatar que la situación ha retrocedido a los peores momentos: la delincuencia, las drogas, la prostitución, las peleas constantes, los botellones nocturnos y el ruido, la ocupación de pisos por mafias que los realquilan, han hecho del Raval un lugar difícil para vivir, que tiene como principal base humana la de la inmigración, porque difícilmente pueden encontrar algo mejor.
Es un grave fracaso de la ciudad, del gobierno municipal, que curiosamente las 36 páginas de “Hacia Barcelona 2030” no mencionan. Porque naturalmente sólo se pueden dar buenas noticias. Para la Barcelona de Colau y Collboni no hay problemas como los citados, ni de degradación urbana, ni de formación slum centrales.
Como tampoco hay problemas de movilidad en el seno de la ciudad y de acceso a ella, ni una sola línea de “Hacia Barcelona 2030” hace referencia a la movilidad. Todo va como una seda pese a que la última pifia, el túnel de acceso a Barcelona por la plaza de las Glòries demuestre cómo gastar 200 millones de euros para aumentar los embotellamientos y la contaminación de la ciudad: un perfecto desastre.
Quienes gobiernan el Ayuntamiento, con la ayuda de ERC, confían en un hecho, que también se produce en el ámbito de la Generalitat. Para un grosor de población no demasiado numeroso, pero suficiente para gobernar en alianza, no importa cómo se gobierne ni lo que se haga, mientras sean de la etiqueta que ellos consideran adecuada.
En este sentido la ciudad juega con fuego y lo constata un reciente estudio de Barcelona Oberta que pone de relieve dos hechos. El primero es la importancia que tienen para la economía de la ciudad los clientes no residentes, es decir, que proceden del entorno comarcal, metropolitano y del resto de Cataluña, y que representan el 28% del total del gasto.
El segundo es que más de la mitad, el 58%, están dispuestos a no ir a Barcelona si no pueden utilizar el vehículo privado. En la medida en que disminuya esta afluencia, la economía de Barcelona sufrirá, si bien lo hará de forma diferente según la zona de la ciudad. La más castigada sería Ciutat Vella, y todo el gran centro, es decir el Eixample. Mientras que la parte alta, el oeste de la ciudad y el área del Poble Sec y la Marina registrarían un impacto muy bajo.
Lo que nos dice esta encuesta es que al golpe que hemos recibido de un turismo no totalmente recuperado se va añadiendo una lenta pérdida de actividad económica que tiene como consumidor a personas del entorno catalán y que hace rehuir venir a Barcelona por las dificultades de usar el vehículo, y que este hecho lo que castiga sobre todo es el área central de la ciudad, además de su economía global.
Entonces, se producen grandes contradicciones. El Ayuntamiento se ve en la necesidad de invertir 150 millones en el centro para revitalizar su actividad económica porque todavía no se ha rehecho de las consecuencias de la covid y los confinamientos, pero al mismo tiempo, debido a las zancadillas a la movilidad en el centro por el vehículo privado, se genera un agujero por el que escapan empleo, trabajo, renta. Lo que se gasta por un lado, se pierde por otro y el resultado es una doble pérdida, para las finanzas municipales, que son de todos, y para la economía de la ciudad. Barcelona no puede vivir de publicidad, sino de realidades, y estas sólo hacen que constatar que la conducción de Collboni y Colau lleva a la ciudad contra las rocas.