A pesar de que el presidente Torra se ha comprometido a convocar elecciones una vez aprobados los presupuestos del gobierno de Cataluña, y que ERC tiene prisa a que haya elecciones para confirmar su buen posicionamiento electoral, lo más previsible es que la declaración de la fecha electoral sitúe el evento pasado el verano, para dar margen a que JxCat y el PDECAT aclaren su complicada situación.
Porque en estos momentos está en el aire cuál será la formulación orgánica final que se producirá en esta compleja constelación que forman los herederos de Convergència y los seguidores de Puigdemont, reunidos además en dos instancias diferentes: los independientes de JxCat y la incipiente organización de la Crida que encabeza Jordi Sánchez, y que, por ahora, no tiene recorrido electoral.
De hecho, la situación de este ámbito tiene puntos de contacto con lo que presenta el catalanismo, en varias organizaciones que deberían entenderse entre ellas, pero no lo acaban de hacer. Está claro que hay una diferencia muy importante a favor del independentismo, porque dispone de un voto numeroso y bien visible en las encuestas, mientras que en el espacio catalanista, la fuerza electoral está por construir.
En este complicado panorama se añaden los grandes interrogantes sobre quién encabezará la lista. Finalmente, parece que Puigdemont ya se ha decidido postular su persona para ser candidato a la presidencia de la Generalitat. Naturalmente, en las condiciones actuales sería un candidato in absentia, porque sigue vigente su irregular situación con la justicia española. Ni podría venir a hacer campaña, ni ser presidente de la Generalitat, pero una vez más parece que finalmente se ha decidido por repetir la jugada de 2017, que ya le permitió el inesperado sorpasso a Junqueras.
En esta ocasión le juegan dos factores en contra. El primero ya ha sido apuntado: es una operación vista, y el resultado ha sido más bien nefasto para la calidad del gobierno de Cataluña. El segundo es el regreso de Mas, que no constituye evidentemente ninguna sorpresa, porque como es lógico no ha digerido nunca su liquidación política en manos del más pequeño de los grupos de la cámara, la CUP. Mas quisiera volver pactando con Puigdemont y no colindante con él. Desea ser candidato con el acuerdo de la persona que él designó para sustituirle, pero no es claro que en este momento el hombre de Waterloo esté dispuesto a facilitarle el camino. Las razones son diversas, pero sobre todo proceden del ala más radical, más unilateral del sector de JxCat que sospecha que el presidente defenestrado quiere competir con ERC en el terreno del diálogo con Madrid, el habitual de Convergència.
No hay que perder de vista que Mas es el más destacado superviviente de aquella organización, y el heredero directo de Jordi Pujol. Este hecho también le haría difícil contar con el apoyo de la CUP, en el supuesto de que quisiera aspirar a presidir la Generalitat. El resultado: la incertidumbre, y, por el momento, un cierto bloqueo, que puede tener muchas variantes, sin excluir la que sería la menos probable: la separación de JxCat en dos sectores, el convergente y el de los seguidores de Puigdemont.