Esta frase apócrifa atribuida al rey Luis XIV define muy bien la mentalidad de Macron. Propios y extraños lo han puesto a bajar de un burro por la convocatoria urgente de elecciones. Incluso gente de su partido se considera traicionada por su líder, porque es evidente que una convocatoria electoral ahora, sobre todo después de la rápida alianza de todas las izquierdas, daña de forma seguramente irreversible lo que hasta ahora era la mayoría presidencial. El resultado dará lugar a unas izquierdas crecidas y a un Agrupación Nacional (RN) convertido en primera fuerza.
Todo esto a escasos días de empezar los JJOO en París, dando lugar a un escenario inverosímil. Por tanto, parece evidente que los cálculos de Macron poco tienen que ver con los intereses del país o incluso de la fuerza electoral que representa, y mucho en relación con su persona.
Precipitar las elecciones tiene como finalidad fortalecer su deteriorada presidencia a base de suponer un escenario ingobernable . Si bien el RN ganará, siempre ha sido improbable que pudiera alcanzar la mayoría absoluta. En estas condiciones de ingobernabilidad, los años que le quedan de presidencia hasta el 2027 y las atribuciones que la Constitución otorga al presidente francés le permitirían un gobierno de corte gaullista, posiblemente con una configuración de expertos y utilizando, si conviniera y cuándo conviniera, el estado de emergencia que la legislación francesa le permite. En este Vietnam político, el triunfo del RN habría resultado bastante estéril y eso favorecería a lo que es el otro objetivo: conseguir que Le Pen no gane las presidenciales dentro de tres años, de forma que no deje esta herencia sino que pueda entregar el poder a un delfín suyo. Con todo, la difícil situación francesa y las respuestas políticas pasan a un segundo plano porque la finalidad es mantener el poder macroniano.
El presidente francés no es, ni de lejos, la primera vez que utiliza las fuerzas de Le Pen para ganar. En este sentido, es discípulo de Mitterrand, un extremado Maquiavelo de la política que logró pasar, sin mojarse, de apoyar al régimen de Vichy a liderar la izquierda francesa y ser el primer presidente de estas características. En 1984, Mitterrand, para debilitar a su rival de la derecha, jugó a potenciar a Jean-Marie Le Pen, el padre de la actual líder del RN, que entonces encabezaba un grupúsculo de extrema derecha, que reunía el 0,74 % del electorado. Lo que hizo Mitterrand fue facilitarle el acceso a televisión e incluso darle un programa en horario de máxima audiencia. Cuatro meses después, el Frente Nacional había pasado al 10,5%.
Macron imitó esta línea en las elecciones del 2017 y focalizó la campaña en Marine Le Pen por lo que ésta llegó a la segunda vuelta y él ganó con comodidad con el 66% de los votos. Tanto le gustó la solución que en 2022 repitió el enfoque. Entregó a todos los demás candidatos, a derecha e izquierda, y se centró en Le Pen, que también perdió. Pero atención, porque la dinámica de crecimiento continuó como había ocurrido con su padre, y multiplicándose por mucho, con lo que logró el 42% de los votos y 13 millones de personas votaron por el RN.
Sobre esta plataforma, Marine Le Pen ha ido construyendo y avanzando y ahora tendrá como corolario ganar por primera vez las elecciones legislativas en el siempre difícil sistema electoral francés de doble vuelta. Desde todos los puntos de vista, cabe subrayar que este juego de favorecer a la extrema derecha le permite ganar elecciones y ahora lo está repitiendo de cara al 2027 en un proceso aún más maquiavélico. Pero, al mismo tiempo, consigue hacer crecer el hombro de esta organización y destruye el tejido político del país. Tampoco debe extrañar tanto. Los planteamientos de Macron no quedan tan lejos de los de Sánchez empujando continuamente a la extrema derecha al PP.