La opción entre salud y economía no existe porque sólo una sociedad segura ante la Covid-19 puede funcionar bien económicamente. Pero este principio, que debería ser el fundamento de todas las políticas públicas, lo ha desterrado el sistema medieval que se aplica en la lucha contra el coronavirus. Es evidente que si todos nos encerramos en casa se hace muy difícil el contagio. Que si se cierran los bares, restaurantes, no hay turismo, se impone el toque de queda a partir de las 10 de la noche y los confinamientos municipales, disminuirán los contactos. Pero estas medidas ya se ve que si no son radicales tienen una eficacia lenta y se produce un deterioro continuo en los sectores más perjudicados. Y si se hace radical y se cierra todo, el varapalo económica deviene terrible.
La presencia cada vez más cierta de vacunas disponibles proximamente también debería ser un elemento de reflexión para las políticas públicas. Primero porque pueden dar una falsa sensación de seguridad, cuando aun no tengamos certeza completa de cuáles serán sus efectos y sobre todo del periodo de inmunidad que generarán. Todos los científicos están de acuerdo en que a pesar de las vacunas el SARS-CoV-2 continuará conviviendo con nosotros durante mucho tiempo, hasta que quede arrinconado como hoy lo es el sarampión. Y esta segunda perspectiva también pide mecanismos de lucha menos medievales que los que se aplican.
El primer criterio que hay que introducir en las políticas públicas, a pesar de que la OMS continúa mirando hacia otro lado, una manifestación más de su incompetencia, es la certeza de que el principal vector de propagación de la enfermedad son los aerosoles dotados de carga vírica, mucho más que el contacto con superficies contaminadas o de las gotículas que se exhala cuando respiramos, tosemos, hablamos o chillamos. Estas segundas por su mayor densidad permanecen poco tiempo en suspensión en la atmósfera y tienen un alcance limitado, caen rápidamente al suelo. Los aerosoles por su parte pueden mantenerse en un espacio interior entre 1 y 2 horas. Y ese es el problema y por ahí pasa la estrategia principal y las medidas preventivas a adoptar, que no es tanto la del cierre, como la limpieza del virus en suspensión en la atmósfera, que básicamente se da en locales cerrados .
Por lo tanto, primera consecuencia, todo lo que se haga en el exterior tiene muchos menos problemas, muy pocos, más si las personas mantienen una distancia razonable y utilizan la mascarilla. Hablar gritando, fumar, son acciones que en grupo pueden generar una mayor contaminación. Por lo tanto hay también una cuestión de educación progresiva que comienza por el buen uso de la mascarilla.
Uno de los principales expertos en Ciencia Ambiental, José Luis Jiménez, catedrático en la Universidad de Colorado, declaraba el día 16 en La Vanguardia, que en España casi nadie lleva la mascarilla bien puesta y añadía: «¿y se preguntan por qué no paran los contagios?» . Por tanto, el buen uso de la mascarilla es fundamental. Más allá de esto es posible determinar la calidad del aire, y por lo tanto el mayor o menor riesgo de contagio, a partir de la medición de la presencia de dióxido de carbono. Su valor óptimo es de 400 partes por millón (ppm) y se puede establecer un umbral razonable máximo entre las 500 y las 700 ppm. Esto quiere decir que los locales deberían tener sistemas de medición de este gas y disponer de mecanismos de aireación natural o ventilación forzada y / o de tratamiento antiviral de la atmósfera a través de los aparatos de renovación del aire para garantizar la calidad. Hay que ventilar o renovar el aire y no reciclar el del interior a menos que pueda ser eliminada toda la carga vírica, como sucede en el interior de los aviones. Y también hay que utilizar toda la tecnología disponible para que los procesos de renovación impliquen a la vez la liquidación de la carga vírica atmosférica. Por otro lado, no es lo mismo los locales donde el público permanece en silencio, que aquellos otros donde hay fuerte exhalación de los participantes. En este sentido las bibliotecas de Cataluña, hoy cerradas, no tienen porque estarlo si se adoptan medidas tan elementales como las apuntadas. Mientras que tampoco el deporte al aire libre tiene implicaciones negativas, ni se ha de restringir el acceso a los parques. En contrapartida, sí hay que vetar la formación de grupos, lo que no se hace, y de actividades deportivas en grupo o en lugares cerrados que impliquen mucha proximidad continuada si no se garantizan medidas claras para asegurar la calidad del aire.
Naturalmente, en muchas de estas actividad la medida de la temperatura corporal antes del acceso y sobre todo los test rápidos son otra garantía
Por otra parte lo que hace falta es mejorar radicalmente los sistemas de rastreo y de control de las cuarentenas. No sirve de nada multiplicar el número de test si después no hay la capacidad de hacer un seguimiento de los positivos y del cumplimiento de su aislamiento. El test por sí solo es inútil, es como un cañón sin proyectil, porque lo que realmente cuenta es la cuarentena de la persona que ha dado positivo y de la que ha estado en contacto con ella. Y eso es lo que está fallando estrepitosamente en el caso de Cataluña y en muchos otros lugares de España. Enorgullecerse de hacer millones de test para demostrar que se está actuando no es decir nada. Lo que cuenta es cuándo y cómo se controla a las personas afectadas.
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