La última encuesta del CEO de este mes de noviembre, “Cosmopolitismo y localismo en Cataluña. 2019”, contiene multitud de datos interesantes, pero también algunos muy contradictorios.
Uno de ellos permite deducir que los catalanes ya no hablan mucho de política entre ellos. Concretamente, solo el 25% lo hace habitualmente en el hogar con la familia, y un 41% no habla nunca o casi nunca de política en casa. Con las amistades todavía se comenta menos, solo el 19% lo hace de manera habitual, mientras que el 47% se abstienen de hacerlo siempre o casi siempre. Y en el mundo del trabajo y los estudios, la política queda ya prácticamente fuera de la conversación habitual porque solo hablan sobre ella el 10%. ¿Cuál es la causa de este silencio? ¿Interesa poco a los catalanes? La respuesta es No.
La mitad de la población se declara mucho o bastante interesada en política, pero por lo que se ve es un interés de orden interior, o en todo caso que solo se trasluce en los entornos de los adictos, pero no en la normalidad de la familia, las amistades o los compañeros de trabajo. Porque además somos razonablemente buenos consumidores de información política, al menos por lo que afirmamos, dado que el 60% se consideran muy informados.
También resulta llamativa la cifra ampliamente mayoritaria según la cual los catalanes consideran en un 50% que se tienen que establecer métodos de participación para poder incidir directamente en la política, quedando en segundo término la mediación a través de los mecanismos representativos de los partidos. Solo el 13% de los catalanes afirma que no le interesan los temas políticos cuando se les pregunta cómo se tiene que participar. Pero ¿cómo participar fructíferamente sin diálogo, conversación en el sí de la sociedad?
Es muy difícil encontrar sentido a estos datos a no ser que impere el temor a la discusión, al conflicto, en casa, con los amigos o en el trabajo. Que el interés por la política (muy evidente por parte como mínimo de la mitad de la población) solo se manifieste en círculos cerrados, los formados por los adictos, no es bueno. Si esta interpretación de los datos fuera cierta, y no disponemos de otra mejor, se tendrían que encender las luces rojas sobre la salud de la democracia en Cataluña, e incluso sobre el futuro de la libertad. Porque un país al que le interesa la política, pero cuyos ciudadanos se manifiestan incapaces de hablar sobre ella, es una sociedad que tiene muchas dificultades para construir una democracia sana.