Una de las características más evidentes del dominio de la comunicación global por parte de los medios liberales cosmopolitas es la facilidad con la que ensalzan o demonizan a las figuras políticas.
Hoy nadie recuerda ya que el presidente Obama al poco de estar en su cargo se le concedió el Premio Nobel de la Paz, pese a que no había hecho nada en este sentido y además tenía dos conflictos armados en pleno funcionamiento. Ninguno de los grandes medios puso reserva alguna al premio. Por el contrario, todos los celebraron acríticamente, aunque era una arbitrariedad monumental.
Pero todo lo que lleve etiqueta de liberal progresista tiene bula y el plomo se transmuta en oro.
Otro caso es el del presidente Biden. Sus políticas son terriblemente dañinas para Europa, mucho más que las de Trump, pero su mandato es visto como favorable en la Unión con todas las interpretaciones generalistas que se realizan. Dicho en otros términos, el trasfondo es siempre que Biden es bueno para Europa y sólo cuando se aborda algún aspecto económico concreto, entonces sí que no queda más remedio que explicar que las políticas proteccionistas que sigue, vestidas de planes antiinflación y transición energética, están haciendo mucho daño a la industria y por lo general a toda la actividad económica europea.
Pero sin duda los dos casos más espectaculares de construir liderazgos, que en realidad son holografías sobredimensionadas, hacen referencia a dos mujeres que comparten la característica de ser jóvenes, fotogénicas y progresistas: las primeras ministras de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, y de Finlandia Sanna Marin. Ambas llegaron al gobierno por la dimisión, que no el voto, de sus predecesores, aunque Ardern sí lo revalidó en unas elecciones muy recientes. Ambas han sido atrapadas como grandes dirigentes pese a que sus currículos son, objetivamente, muy cortitos. Descontando el grano de la paja, el factor común en ambas que más destaca es su capacidad para emocionarse en público y emocionar, y ésta es una carta importante en tiempos donde prima la cultura del emotivismo, pero es insuficiente para dar garantías a los electores que saben defender las castañas.
Jacinda Ardern, que ganó las elecciones, anunció su retirada un tiempo después, evitando así revalidar su cargo en la cita electoral que habrá el próximo 14 de octubre. Ella presentó ese insólito y sorprendente abandono como un gesto humano porque había agotado su depósito y tenía poca reserva: “Lo he dado todo por ser primera ministra, pero también me ha costado mucho. No puedo ni tengo que hacer el trabajo a no ser que tenga el depósito lleno más un poco de reserva”. Claro que este darse cuenta de que ya no podía más se producía a medio mandato y éste era el hecho sorprendente, que no lo hubiera visto antes. Pero entonces viene la apelación a la humanidad: «Soy humana».
En realidad, lo que hay es que sus perspectivas electorales son malas y lo más probable es que el 14 de octubre el partido laborista quede derrotado en manos de la derecha. Retirándose no sufrirá la derrota y este hecho unido a la juventud le permite reingresar en primera fila de las opciones del laborismo si termina, como es previsible, gobernando el partido nacional de Nueva Zelanda. Detrás de su acción no habría más que no querer afrontar una derrota y guardarse cartas para más adelante. Que pasara tiempo suficiente para que el desastre económico que han ocasionado sus políticas contra la covid, quede olvidado.
En el caso de la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, no ha pasado la prueba del algodón y ha sido derrotada en las primeras elecciones donde se ha presentado como cabeza de lista. Porque el cargo que ostenta fue producto de la dimisión del anterior primer ministro y no resultado de unas elecciones. Su excelente imagen internacional, no tanto por sus aportaciones como por la pura imagen, no le ha evitado un duro revolcón interno porque su partido, el socialista, se ha visto superado por los conservadores de la Coalición Nacional y también por la opción de derechas, Partidos de los Finlandeses. Con el agravante de que los jóvenes, en lugar de votarla a ella, han dado preferencia a esta última opción de extrema derecha.
Pese a que ahora es necesaria una coalición para gobernar, Marín difícilmente tiene opciones porque no se repetirá la coalición de 5 partidos que ella encabezaba, sobre todo porque no han quedado bien parados, especialmente el partido del centro, que ha obtenido el peor resultado de su historia y que, por tanto, no quiere oír ni hablar de repetir experiencias como el pasado con Sanna Marin al frente.
La lección de todo es que no se puede vivir de imágenes ni de las categorías que nos montan los grandes medios de comunicación, repartiendo bulas y condenas. Hay que estar más atentos a los hechos y a las realidades y cuando un gobernante exhibe unas dosis excesivas de emociones en sus discursos, más bien hay que desconfiar porque es una forma fácil de enmascarar las deficiencias en la práctica del gobierno.