El nuevo gobierno de Sánchez reúne un conjunto de personas que en buena parte presentan unos excelentes currículos, y esta es una buena condición para empezar a gobernar. Pero este buen inicio queda mal parado por una rápida sucesión de errores iniciales, que además inciden en la dimensión más sensible del presidente del gobierno: la de su credibilidad.
Es muy difícil que los ciudadanos asimilen con facilidad que aquellos a los que hace unos meses vetó formar parte del gobierno, afirmando que le provocaban insomnio, ahora sean vicepresidente y ministros, y disfruten de todos sus elogios. Nada ha cambiado entre los meses de verano y ahora, excepto un punto: la necesidad de aquellas personas que antes rehusó para seguir siendo presidente del gobierno. No es una buena carta de presentación, al menos no para despertar confianza, porque su palabra cambia radicalmente en función de su interés.
Primer error. Haber accedido con el acuerdo con ERC. Sánchez no podía haber llegado a un acuerdo que significara la desaparición de la Constitución del texto pactado, ni establecer futuras hipotecas importantes en relación con el comportamiento de la Justicia. ERC había hecho demasiado camino para echarse atrás, pero incluso en caso contrario, y votando en contra de Sánchez, para el futuro del país habría sido mejor el no acuerdo que el desgaste continuado de las instituciones.
Segundo error. Fragmentar, hasta extremos que friegan el ridículo, la administración, a fin de crear ministerios inútiles para la gente de UP. Dos ejemplos: lo que hoy es el ministerio de consumo, ayer era una simple dirección general. El otro: de las 28 secretarías de estado, que siempre marcan la dimensión de los ministerios, sólo 4 corresponden a la vicepresidencia de Iglesias y a los 5 ministros de UP.
Tercer error. Un pacto político con UP que recoge medidas muy bonitas, pero que es económicamente insolvente, lo que obligará a continuos juegos de manos desde el gobierno para hacer ver que se hace lo que no se puede hacer. Una vez más, el daño a la credibilidad institucional.
Cuarto error. El error grave de haber nombrado fiscal del estado a la que hasta ayer era ministra de justicia, Dolores Delgado. Es de los tipos que sólo genera nuevos e importantes conflictos para el futuro.
Quinto error. La inmadurez de Iglesias en una de sus primeras comparecencias públicas, que han merecido una insólita réplica del Consejo General del Poder Judicial. Iglesias no tiene asumido que, en una democracia liberal que conlleva la división de poderes, el Ejecutivo no debe pronunciarse ni hacer juicios sobre el poder judicial. Y aún un segundo error de Iglesias que comparte Sánchez: confundir feminismo con nepotismo. Es impresentable que su pareja, que fue segunda en el mando de UP, se siente en el Consejo de Ministros. Iglesias ha intentado defenderse argumentando que este punto de vista es machista porque señala a la mujer. Se equivoca o quiere equivocarse. No señala a la mujer, señala a la pareja, hombre o mujer, que ocupa un cargo gubernamental subsidiario, al tiempo que vive con la otra persona. Si la secretaria general de UP y la vicepresidenta fuera Montero, y Iglesias el subalterno, la crítica de nepotismo se dirigía contra ella y no contra Iglesias. Es el caso del ayuntamiento de Barcelona, donde Colau rápidamente encontró un cargo público a su pareja.