Lo que va a hacer Pedro Sánchez

Que nadie dé por acabado a Pedro Sánchez. Cuando se escriba esta etapa de la historia política española, habrá que evitar el error del observador ingenuo: creer que los golpes de desgaste, los escándalos o incluso el desprestigio internacional bastan para tumbar al político más determinado que ha conocido el país en democracia. Porque lo que mueve a Sánchez no es solo ideología ni siquiera ambición: es una psicología, un instinto casi entomológico de supervivencia en el poder.

Pedro Sánchez no es simplemente un presidente del Gobierno. Es un fenómeno político anómalo, tallado en la resistencia numantina, perfeccionado en la traición calculada y blindado en el relativismo moral de quien cree que la historia le absolverá… o la escribirá él mismo. Es el político que cayó, resucitó, y convirtió la humillación interna en trampolín para la revancha total.

Desde entonces, todo ha sido un pulso: con su partido, con sus socios, con las instituciones, con los jueces, con los medios.

La clave del personaje está en su cosmovisión: Pedro Sánchez no cree en poderes externos a sí mismo. No hay Dios, ni patria, ni justicia, que se sitúe por encima de su voluntad de poder. Lo confesó literalmente: ateo sin matices. El resto del andamiaje simbólico —la Constitución, la monarquía, los contrapesos institucionales— le resulta irrelevante si se interponen entre él y la permanencia en el poder. El cargo no lo ocupa; lo encarna.

Lo que viene no es improvisación. Sánchez juega con un cronograma mental muy claro: hay que aguantar hasta la primavera de 2026. Todo lo demás —mociones de confianza, remodelaciones internas, auditorías cosméticas— es ruido táctico. En el tablero político que imagina, resistir es gobernar, y gobernar es borrar el pasado.

Su primer movimiento ha sido de manual: desviar el foco. Remodela la ejecutiva del PSOE con nombres de confianza, cierra filas y lanza una auditoría externa de las finanzas del partido, lo justo para parecer reactivo sin tocar el fondo del problema.

Mientras tanto, la maquinaria mediática se activa como un resorte: tertulianos, encuestas, titulares a la carta. El mensaje es claro: quien critique a este Gobierno alimenta a la ultraderecha. Se demoniza a la oposición para relativizar los propios pecados. ¿Corrupción? Sí, pero la del otro fue peor. ¿Autoritarismo? Sí, pero Vox, es más. Y es la amenaza que viene, la ultraderecha que crece; ¡si hasta los jóvenes la votan! Comeremos esto todos los días. El miedo.

En el Congreso, la estrategia es más de carpintería fina: sacar adelante unos Presupuestos para 2026 y exhibir estabilidad institucional. Para ello pactará lo que convenga. Una moción de confianza sería necesaria, pero está en el aire, pero no se activará sin amarrar cada voto, especialmente el de Podemos. Si Sumar es el apéndice del Sanchismo, Podemos es el rival moral. Y Sánchez lo sabe.

Junts, por su parte, es rehén de la amnistía. El PNV, del mapa vasco. Bildu, de su blanqueo. Cada socio tiene un precio, y el presidente lo pagará gustoso si eso le garantiza el calendario que desea.

El objetivo: proyectar que hay Gobierno para rato. Aunque no tenga intención de acabar la legislatura, necesita parecerlo. La política, al fin y al cabo, no es lo que se hace, sino lo que parece que se hace.

La verdadera batalla es dominar a los jueces. Pero el movimiento más peligroso —y al mismo tiempo más ambicioso— no está en los titulares, sino en el BOE. La ofensiva sobre la justicia está en marcha. Es la reforma del acceso a la carrera judicial: un intento de desactivar el último contrapeso institucional real que queda. Adiós a las oposiciones. Bienvenida una formación controlada por el Gobierno. En paralelo, se otorga al fiscal general del Estado —nombrado por el Ejecutivo— el poder de instruir los casos.

La independencia de la UCO, una de las pesadillas actuales de Moncloa, se diluye en un modelo donde pasaría a depender de la Fiscalía, que  manda y los fiscales obedecen jerárquicamente. Es decir: el Gobierno instruye, investiga y acusa. El juez se convierte en mero notario de la voluntad política.

Imaginemos retroactivamente: ¿qué hubiera sido del caso Ábalos? ¿Y del caso Koldo? ¿Y del propio Cerdán? Bajo esta nueva arquitectura judicial, probablemente nada.

Y por si falla, cambiar las reglas del juego

Por si todo lo anterior fuera poco, Sánchez prepara una posible reforma electoral. El objetivo: beneficiar a los pequeños partidos a su izquierda, para asegurarse que ningún bloque alternativo pueda sumar sin el PSOE. Lo que no controle por persuasión lo blindará por diseño. Porque si las mayorías no garantizan continuidad, entonces habrá que redibujarlas.

Sánchez es un político para quien la verdad, la realidad y los hechos no importan. Es un ilusionista del poder: construye realidades paralelas, produce espectáculo, cambia las reglas a mitad de partida. Y sobre todo, juega con una ventaja que muy pocos adversarios tienen: la ausencia total de escrúpulos, si todo se juega en esta vida y no hay otra, ni juez, ni premio o castigo, aprovechémoslo todo a tope como recurso estratégico. Mientras sus rivales calculan el coste reputacional de cada movimiento, y poco o mucho aletea una conciencia de “algo más” él solo evalúa su utilidad.

¿Cinismo? Tal vez. ¿Genialidad táctica? También. Pero hay algo más inquietante: una pulsión cesarista disfrazada de progresismo. Una certeza personal de que solo él puede evitar el colapso de España, aunque para ello tenga que reinventar la democracia sobre su propia imagen.

Pedro Sánchez no se va. No porque no haya razones, sino porque su permanencia es ya una doctrina. A estas alturas, todo lo que no sea mantenerse es caer, y todo lo que no sea ganar es desaparecer. Por eso su lucha no es solo política, sino existencial.

Y ahí está el verdadero peligro: cuando el poder deja de ser un instrumento y se convierte en un fin en sí mismo, las instituciones no se reforman, se devoran.

Pedro Sánchez no se va. No porque no haya razones, sino porque su permanencia es ya una doctrina. A estas alturas, todo lo que no sea mantenerse es caer, y todo lo que no sea ganar es desaparecer Compartir en X

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