Amenaza de una intervención egipcia, escalada de tensiones entre Francia y Turquía, arbitraje de Vladimir Putin, debilitamiento del hombre fuerte del este del país, el Khalifa Haftar. A lo largo de las últimas semanas, la situación en Libia ha sufrido cambios profundos.
La situación en este país de la ribera sur del Mediterráneo oriental se ha vuelto tan complicada que el ministro de Asuntos Exteriores francés, Jean-Yves Le Drian, ha hablado de una «sirianización» del conflicto. Una referencia inquietante a la guerra civil de Siria inacabada 8 años después y exacerbada por las intervenciones de las potencias extranjeras.
El caos actual proviene de hace algo más de un año. En abril de 2019, el general Haftar, apoyado formalmente por Rusia, Egipto e indirectamente por Francia, lanzó una ofensiva contra el oeste del país, controlado -al menos formalmente- por el gobierno de Trípoli reconocido internacionalmente.
La ofensiva comenzó con importantes avances del Ejército Nacional Árabe de Libia de Haftar. Pero cuando sus fuerzas llegaron a las cercanías de la capital, Trípoli, sufrió una importante derrota debida en buena parte a la ayuda de emergencia que llegó de Turquía.
Uno de los medios que Turquía suministra al gobierno islamista de Trípoli consiste en combatientes sirios «en cantidad significativa» según el ministro francés. Rusia opera una especie de servicio de importación similar con combatientes del mismo país, pero de tendencia pro-Asad.
El gobierno de Trípoli se encuentra bajo la esfera de influencia del movimiento de los Hermanos Musulmanes, financiado principalmente por Qatar. Pero el apoyo que este país le ofrece demostró ser insuficiente para detener el avance de las fuerzas de Haftar.
Así pues, otro país de la misma órbita, la Turquía del también islamista Recep Tayyip Erdogan, decidió intervenir en Libia para evitar la caída de un aliado. En noviembre de 2019, Trípoli y Ankara firmaron un acuerdo de cooperación. Desde entonces, los turcos han logrado construir una máquina bélica suficientemente efectiva para hacer retroceder a Haftar.
Actualmente, las fuerzas sobre el mostrador libio son prácticamente equivalentes, y se componen cada vez más de mercenarios extranjeros: rusos, chadianos, sudaneses y, cada vez más, sirios. De hecho, el conflicto implica cada vez menos los libios, destrozados por 9 años de guerra y precariedad extrema.
El reciente éxito de Trípoli ha empujado el presidente egipcio Abdel Fattah al-Sissi, enemigo jurado de los Hermanos Musulmanes a quienes echó del poder en 2013, a amenazar con una intervención directa de su ejército si los hombres de Trípoli sobrepasan Sirte. Esta ciudad costera en el centro del país es equidistante de Trípoli y Bengasi, la plaza fuerte de Haftar.
En el mar, la Unión Europea ha intentado en vano evitar que armas, municiones y mercenarios sigan llegando a Libia. La UE lanzó en marzo la operación militar Irina para hacer respetar el embargo de armas y municiones de la ONU sobre Libia. Pero la operación se encontraría actualmente sin medios navales debido a las reticencias de los estados miembro a participar.
El pasado 10 de junio, la fragata francesa Le Courbet, navegando a proximidad de la costa de Libia dentro del marco de la operación de patrullaje marítimo de la OTAN Sea Guardian, fue víctima de un acto hostil por parte de dos barcos de guerra turcos -miembros de otra nación de la OTAN. El incidente hizo tensar aún más las relaciones entre París y Ankara, enemigas sobre el terreno libio. También volvió a plantear la cuestión de la pertenencia de Turquía a la OTAN.
En definitiva, la situación en Libia es cada vez más delicada, pero Europa juega un papel ambiguo y poco relevante. Y eso a pesar de la importancia de este país en la inmigración ilegal, el entrenamiento y refugio de yihadistas y todo tipo de tráficos con destino a Europa.