Es una evidencia que España crece más que la media europea. En el último trimestre del año el ranking lo encabeza Portugal con un crecimiento del 0,8, seguido de España con un 0,6, Italia 0,2, Francia que no se ha movido de sitio y Alemania que ha perdido 0,3 puntos.
Por tanto, es lógico que el gobierno se jadee de los buenos resultados, pero ni él ni nosotros nos podemos quedar con esto porque la perspectiva tiene numerosas sombras. En buena parte crecemos por el efecto rebote de la gran caída de 2020 debido a la cóvid-19. Nos hemos recuperado más tarde y más lentamente que el resto de la UE y, por tanto, nuestro ciclo de recuperación va desfasado; nuestro máximo es más tardío que el europeo, que ya ha quedado atrás.
Una segunda pregunta decisiva es ¿por qué crecemos? La respuesta es que casi el 50% se ha debido al consumo de las administraciones públicas y ésta es una diferencia radical con la eurozona, donde este componente ha tenido una participación baja o nula. Los excelentes ingresos fiscales que la inflación posibilita al Estado junto con la buena marcha de la economía, por ejemplo en el turismo, no se ha destinado en ninguna medida a reducir el déficit sino que se ha gastado generando este consumo. El resultado es que el pasado año el Estado gastó otros 45.000 millones de euros más de los que ingresó. Lo que equivale a un déficit del 3,8% de PIB que se añade a la pesada carga del endeudamiento público de 1,6 billones.
Esta fórmula no es sostenible. Primero, por la reactivación de las reglas fiscales en la Unión y, segunda, por los costes del endeudamiento. También porque los ingresos fiscales en la medida en que la inflación se controle ya no tendrán la prima por su efecto que ahora poseen.
Por cierto, que todo ello ha convertido a España en el país de la OCDE donde la presión fiscal en términos reales ha crecido más. Otra sombra importante es que tal y como se temía, los efectos de los fondos europeos no se perciben. Los 3.000 millones dedicados a la digitalización de empresas no están generando mejora alguna en la productividad, ni en la inversión privada. Todos los datos confirman la deficiente ejecución de los fondos europeos porque no existe traducción ni en productividad ni en inversión. Si el tema acaba cerrándose así, España habrá dañado una gran oportunidad histórica.
Otra sombra es independiente de nuestra voluntad, porque se debe al bajo crecimiento de Francia y Alemania, que representan el 50% de la economía de la UE. Si estos mercados no funcionan, sus efectos serán también negativos para nuestra actividad económica.
Hay que prestar atención a lo que hemos dicho antes sobre cómo ha crecido el PIB. Por un lado, ya ha sido apuntado, por el consumo público. Y, por tanto, la otra mitad por el consumo privado. Pero, atención, el factor más determinante de esta componente en el período pasado han sido las pensiones que se pagan con deuda. Así pues, nuestra economía ha crecido sobre todo por la inyección de dinero de los fondos y por el endeudamiento, y todavía un tercer factor, por la adición de cantidad de trabajo procedente de la inmigración. La mayor parte de los empleos han sido ocupados por ella y ésta no es una buena noticia porque significa que la economía crece en los sectores de baja productividad, que son los que absorben este tipo de mano de obra.
Este hecho también se percibe en la inversión por persona en edad de trabajar. Descontando la vivienda y el efecto inflación, que distorsionan la serie, en los últimos 20 años esta inversión sólo ha crecido en España un 1,5%, mientras que en Europa-27 lo ha hecho en un 45,3% . Si la inversión por persona en edad de trabajar es tan pobre, resulta evidente que el resultado en términos de productividad también lo será y confirma que España crece también por el efecto inmigrante y no por la mejora del modelo productivo.
El resultado de todo ello es que en el contexto europeo y en términos de renta per cápita, que es lo que realmente importa, el pedazo de tarta que teóricamente le toca a cada uno, hemos pasado de significar el 105,3% en 2006 al 86 ,3% de la renta per cápita media de la Unión en 2023. Hemos perdido en este período 19 puntos de convergencia, avanzamos yendo hacia atrás.
Y todo esto considerando que el paro, pese a las mejoras registradas, es del 11,76%. Mientras la UE es de casi la mitad, el 6,4%. Reducir el número de personas sin trabajo y mejorar la productividad es en estos momentos el reto imposible de la economía española.
Todos estos elementos ponen de relieve que más que grandes ajustes macroeconómicos, ahora la carta se juega en la eficiencia y eficacia de las instituciones de gobierno. Y lo cierto es que visto los datos la partida se está perdiendo. Claro que nada tiene de extraño si toda una vicepresidenta del gobierno como Yolanda Díaz argumenta a favor del salario mínimo a base de afirmar que así crece el PIB sin entender que también puede que a la vez se reduzca la renta por persona de los españoles. Subir el salario mínimo puede tener muchos argumentos a favor, pero seguro que lo que utiliza Díaz sólo logra demostrar su poca responsabilidad en materia económica.