Si no todas las élites, buena parte de ellas, votan al PSC convencidos de que de este modo están optando por la solución que da mayor estabilidad al país y a sus intereses.
Es una teoría muy extraña, como aquella que defiende que Collboni es la alternativa a los destrozos que ha infligido Colau, aunque él es el socio de gobierno, ha practicado el seguidismo más absoluto y ha votado a favor de todas las grandes iniciativas. Este hecho ayuda a entender por qué Catalunya hace tiempo que va mal. Es así, entre otras razones, porque una parte de su clase digamos dirigente desde el punto de vista de la economía ha perdido toda capacidad de interpretar los intereses y necesidades de nuestra sociedad catalana a medio y largo plazo.
También sucede que lo que predomina es pura y simplemente el interés de quedar bien con el que manda. Queda muy lejos el tiempo en que la burguesía de ese país, cuando existía, tenía capacidad de definir o inspirar proyectos y de contribuir a que se realizaran. La mejor constatación radica en la anomalía catalana: es el único sitio de Europa donde las fuerzas de centroderecha no tienen un peso político importante; son insignificantes, por no decir marginales. Y, por tanto, no hay alternativa de gobierno, porque el bloque de pasado, presente y futuro es el que configuran el grupo de Colau, ERC y precisamente el PSC, que tiene la gran capacidad de hacer pasar su voluntad de alimentar a sus seguidores con cargos públicos, por tanto, a diestro y siniestro, como voluntad de dar estabilidad.
Ante la preferencia por el PSC, cabe recordar que éste no sólo es un componente indisociable del PSOE, sino que es una pieza clave en el sanchismo que hoy gobierna. En los socialistas catalanes, Sánchez encontró en su momento la punta de lanza necesaria y siempre ha dispuesto de unos fieles servidores, poco que ver con las secciones socialistas de Castilla-La Mancha, Aragón o incluso la fiel Valencia que, llegado el momento, son capaces de levantar la voz en defensa de sus intereses. Esto nunca ha ocurrido en el PSC de Miquel Iceta y Salvador Illa.
¿Cómo pueden considerarse que son un factor de estabilidad cuando contribuyen eficazmente a la polarización de la política en España, que es el signo de la forma de gobernar de Sánchez? ¿Cómo pueden asumir que el PSC nos defiende si son parte inseparable de las políticas fiscales de Sánchez del impuesto sobre el patrimonio, del fraude de ley que significa el llamado impuesto sobre las grandes fortunas y otras malezas fiscales? El PSC es corresponsable de leyes como la de la enseñanza, que ahoga a la concertada, que ha reducido la exigencia de un sistema educativo en crisis que en 20 años ha retrocedido posiciones en el marco de la OCDE, que impulsa un cambio radical en la forma de enseñar sin haber preparado antes al profesorado, y que justifica una menor exigencia en los resultados cuando ésta ya es de por sí baja.
El PSC es también corresponsable del conjunto de leyes que trecho a trecho han casi liquidado la patria potestad y la capacidad de los padres de educar a sus hijos menores de edad. Los socialistas catalanes hacen posible, con su disciplinada colaboración, la invasión y colonización de instancias independientes, el CIS, el CNI, la fiscalía, etc., por parte del ejecutivo de Sánchez. Y son fieles celebradores de leyes de ruptura como la que legaliza la eutanasia y el suicidio asistido, como la que aún quiere facilitar más el aborto, o la extraña ley trans.
Pensar que quien es un agente activo de todas estas normas jurídicas y políticas públicas puede representar lo que significa una parte de los dirigentes económicos de Cataluña es algo insólito que contribuye de forma decisiva a la penosa realidad de que no haya alternativa en este tripartito de facto que gobierna en España, Cataluña y Barcelona, y en el que cada fuerza ocupa la presidencia (socialistas en el gobierno español, ERC en el catalán, Colau en Barcelona), bajo la preeminencia de quienes gozan del mayor poder, es decir, el gobierno del estado.