A los fenómenos de la inseguridad y la suciedad se suma ahora en Barcelona el de la proliferación de todo tipo de especies animales. El zoo de la ciudad languidece mientras fuera del recinto la vida salvaje se multiplica al ritmo de las medidas municipales de fomento de la fauna propia y extraña. Los medios han informado ya de que las plagas de ratas, cucarachas y mosquitos de este verano serán mucho más temibles que en años pasados. Circulan vídeos en las redes sociales de una colonia de roedores de gran tamaño en un solar ocupado en la calle Jaén de Barcelona donde viven unas personas sin hogar con niños y que está al lado de una guardería.
El Ayuntamiento dirigido por Ada Colau dice en primer lugar que no puede hacer nada porque se trata de un recinto privado. Es un auténtico alarde de reconocimiento de la propiedad privada por parte de los «comunes», que así se hacen llamar los miembros de la versión local del podemismo. En cuanto a los indigentes, la respuesta es que no se puede hacer cargo de ellos porque carecen de documentación.
La cuestión, según los expertos, es que los venenos que se utilizan contra las ratas y también contra los insectos son menos eficaces debido a una directiva europea que prohíbe el uso de raticidas que puedan perjudicar a las aves. A ello se debe añadir que el Ayuntamiento no permite utilizar veneno contra las palomas, otra plaga, sino que combate su insalubre multiplicación con sustancias anticonceptivas. La tercera especie aérea en discordia es la que forman las cotorras argentinas, que conviven pacíficamente con las palomas y atemorizan por su número y estridente sonido a las gaviotas. A toda esta presencia animal se debe sumar en la parte alta de la ciudad la cada vez más desacomplejada actividad de los jabalíes, también protegidos por estrictas normas sobre la protección de los animales.
Las citadas especies se encuentran cómodas en Barcelona. Las gaviotas, por ejemplo, campan a sus anchas entre las mesas de las terrazas de los locales de comida rápida de la plaza de Cataluña.
Mientras tanto los peatones tienen que sortear las deposiciones de tantos animales, cambiar de acera si atisban una rata o un jabalí –a veces parejos en tamaño–, agachar la cabeza ante el vuelo rasante de las palomas o mover los brazos para ahuyentar a las gaviotas.
Las ratas pueden causar síndrome pulmonar por hantavirus, leptospirosis, coriomeningitis linfocítica, peste y tifus. Las cucarachas pueden provocar salmonelosis, hepatitis infecciosa, la lepra, la peste, la disentería, diarrea infantil, gastroenteritis y fiebres entéricas o tifoideas. Los mosquitos transmiten los virus del dengue, el chikungunya y el zika. Y las aves de Barcelona en su conjunto y por abreviar son embajadoras de la salmonela, de la psitacosis, la alveolitis alérgica y de la histoplasmosis, entre otros males. Y todo ello gracias a sus heces y a los desvelos municipales en pro del animalismo y las siete plagas: ratas, cucarachas, mosquitos, palomas, gaviotas, cotorras y jabalíes. Pero sólo son las que se aprecian a simple vista.
Eso sí, a Barcelona le quitas la inseguridad, la suciedad, el incivismo, el tráfico, los riesgos de moverse a pie o en transporte público, los desvaríos urbanísticos, la posibilidad de contraer cualquier enfermedad tropical y las peleas de gaviotas por los despojos de una paloma en medio de un parque infantil y queda una ciudad la mar de apañada. No son pocos los expertos que aseguran que Colau tiene muchas posibilidades de reeditar el cargo.
Artículo publicado en Libertad Digital por Pablo Planas