Publicado en La Vanguardia el 3-5-2021
Nuestras graves crisis políticas tienen difícil resolución mientras los diagnósticos partan de las mismas ideas causantes del desastre. Hoy vivimos bajo la losa de la crisis de los partidos, de las instituciones y del propio concepto y confianza en la política. Nos daña terriblemente la partitocracia y el abandono del bien común, la demagogia, la burocracia de la despersonalización, el poder irresponsable, la corrupción, la ideología de la cancelación y exclusión política, y la desvinculación de las elites. Ante esta realidad, ¿se puede esperar que sean los propios enfermos, los partidos en liza, quienes nos sanarán? Solo hace falta ver el estado en que han quedado quienes debían redimirnos en su novedad, Podemos y Ciudadanos. Pero entonces ¿cómo resolvemos el maldito embrollo? La respuesta grande, profunda, es: mediante una alternativa moral y cultural a construir festina lente, “apresúrate lentamente”. Pero debemos edificarla simultáneamente a la respuesta política a corto plazo, siempre incompleta pero necesaria por vital. La respuesta que combata los males de las ideologías políticas de la desvinculación. Y esta solo puede ser la política de la realidad, que nos dice que la gran cuestión en juego es la vida, sus condiciones, su dignidad y libertad.
Si esta exigencia sobre la vida se situara como horizonte de sentido, como telos dela política, todo cambiaría a mejor, porque la acción de gobierno se organizaría y jerarquizaría a partir de las necesidades fundamentales de los ciudadanos, hasta fructificar en el reconocimiento efectivo de la dignidad de todas las personas, y la construcción de las condiciones que rigen la libertad real.
Pero basta de teoría. Hay que concretarlo: fijémonos en Barcelona. Existe una extensa zona de la ciudad donde la mortalidad es mucho mayor por la influencia de causas socioeconómicas y culturales. Se trata de un extenso espacio que se extiende desde el límite de la Zona Franca y la Marina del Prat Vermell, hacia el Poble Sec, el Raval hasta alcanzar el parque de la Ciutadella y la Barceloneta. Otra gran zona se encuentra en los barrios limítrofes del Besòs, la Pau, el Maresme,y asciende hacia el norte a través de Baró de Viver, parte de Trinitat Vella, Trinitat Nova, Torre Baró, Ciutat Meridiana, Roquetes, Vallbona, Canyelles, el Verdum; en definitiva, una gran parte de Nou Barris, junto con los enclaves del Carmel y la Teixonera. En estos territorios como causas vinculadas al exceso de mortalidad aparecen patologías conectadas con factores sociales, económicos y culturales. Unas más específicas de los hombres, como el sida, sobre todo en el pasado, la EPOC y el suicidio, estas tres sobre todo en hombres. Otras comunes a ambos sexos, como la cirrosis, el cáncer de estómago y la diabetes. No es una fatalidad que sea así. Lo observamos comparándolo con los barrios donde las condiciones materiales y culturales son mejores. En ellos, aquellas patologías están mucho menos presentes, la mortalidad es menor, y está relacionada mayoritariamente con enfermedades propias del envejecimiento.
Sería un error traducir estas consideraciones circunscribiéndolas solo a la política sanitaria. Porque además de ella, abarcan todo el amplio espectro de la salud pública, junto con la mayoría de las amplias competencias municipales que tiene Barcelona, fruto de la Carta Municipal. Se trata de políticas ambientales, laborales, familiares, culturales y educativas, de seguridad, vivienda; de las relacionadas con la actividad económica, la renta disponible de las familias, la cultura, la movilidad, los servicios sociales, el papel de la escuela y no solo en relación con los alumnos, que es su tarea principal. De manera especial la vida comunitaria, en particular en sus misiones de acompañamiento y acogida, así como la formación del capital social. Barcelona posee los medios necesarios, aunque subutilizados, para mejorar sustancialmente la vida de sus ciudadanos y ofrecer un modelo virtuoso hacia Catalunya, España y Europa.
El cap i casal puede ser un buen ejemplo de la nueva política del siglo XXI, la de la vida como proyecto político, a partir del principio de que toda vida importa. Y esto significa cambios de perspectiva muy amplios. Por ejemplo, que la inclusión social verdadera no consiste en ondear la bandera LGTBI, ni llevarla en la mascarilla como alardea Ada Colau, sino que se trata de que sea efectiva en el espacio público, y en las ayudas económicas y sociales a los hogares, a los ancianos, los invidentes, los sordos, los autistas, y en general a las personas dependientes de toda condición. Una ciudad inclusiva para las mujeres gestantes, los niños pequeños y sus familias, para quienes sufren de la vida en la calle. Y significa, evidentemente, enmendar ese trágico pecado municipal de haberse puesto de perfil ante la pandemia, en lugar de involucrarse a fondo usando las competencias que posee el Ayuntamiento.