La UE ha emprendido una estrategia ante la agresión rusa a Ucrania que, vista con la perspectiva de estos 40 y tantos días de guerra, se revela como un camino equivocado, dando así razón a las pocas voces que en su momento ya lo apuntaron.
La posición de la Unión puede resumirse en cuatro puntos:
- Ayudar con armamento a Ucrania. Es la primera vez que la UE actúa en este sentido, y lo hace de forma creciente, implicando a los países vecinos en la transferencia de armamento, como es el caso de Polonia y Chequia.
- Limitar la extensión del conflicto y los daños.
- Aplicar las máximas sanciones económicas a Rusia de forma que sean disuasorias con su voluntad de continuar la guerra y que al mismo tiempo no tengan un efecto rebote negativo para los países de la UE. La previsión en este momento, incierta, es que el PIB de Ucrania caiga más de un 40%, es decir, sitúa a la gran mayoría de la población por debajo del umbral de pobreza. El impacto sobre Rusia es también importante pero mucho menor, con un 11% de caída del PIB. Tiene consecuencias sobre el bienestar de la población, pero por situar una referencia, no queda tan lejos de la reducción del PIB que experimentó España en el 2020.
- Negociar la paz.
De lo anunciado de estos puntos es fácil constatar la gran dificultad de articularlos correctamente. Por ejemplo, es muy difícil querer ayudar rearmando a Ucrania y al mismo tiempo querer negociar la paz. Más cuando el problema nuclear con Rusia es la desconfianza histórica de ese país con occidente. Por otra parte, el responsable de Asuntos Exteriores de la UE, Josep Borrell, no parece ser la persona más adecuada para encauzar unas negociaciones. Su desacuerdo con el gobierno ruso viene de lejos. Sus declaraciones en el sentido de que es muy difícil la negociación mientras Putin se mantenga en el poder, no son exactamente un modelo de diplomacia negociadora, como tampoco lo son sus manifestaciones sobre que la guerra de Ucrania solo puede resolverse por la vía militar.
En realidad, la dinámica es contraria a la teórica estrategia de la UE. Para empezar, Putin no abandonará la guerra sin obtener algún resultado. En este sentido, una vez más el ejemplo de cómo Finlandia salvó su independencia cediendo Carelia, es un ejemplo indicativo de que para alcanzar la paz hacen falta concesiones. Las sanciones económicas son muy grandes, pero hemos apuntado que son asimilables al menos a corto plazo.
Por otra parte, la idea de que Rusia está aislada porque el mundo occidental la bloquee es una visión excesivamente optimista. China, India, los países de la OPEP, gran parte de África y Asia y buena parte de Latinoamérica, mantienen relaciones económicas cada vez más intensas con Rusia. Y esto es la mayoría de la población mundial junto a buena parte del PIB global.
El punto clave que era cerrar el grifo del gas, y más determinante, pero también muy decisivo, el del petróleo, es una quimera. En relación al gas, 4 países, Alemania, Austria, Hungría y Bulgaria se oponen radicalmente porque tienen en juego su propia supervivencia económica. Y en relación al petróleo, el secretario general de la OPEP, Mohamed Barkindo, ha declarado que «sería casi imposible una pérdida de volumen de esta magnitud», en referencia a las exportaciones de petróleo ruso a Europa y a otros países.
La OPEP lo que busca es rentabilizar la actual subida de precios y al mismo tiempo apoyar a Rusia, que es un aliado básico en esta política. El país que tiene mayor margen para incrementar la producción en 2 millones de barriles al día, muy por debajo de la producción rusa, es Arabia Saudí, pero su gobierno se abstuvo en la decisión de Naciones Unidas para expulsar a Rusia del Consejo de derechos Humanos. En resumen, los países del cártel del petróleo bloquean la posibilidad de que Europa deje de consumir este hidrocarburo que aporta Rusia a base de mantener los precios altos y no incrementar la producción, avisando que de hacerlo, el corte del grifo, se podría producir una crisis de energía de carácter histórico.
En estas perspectivas, a las que hay que añadir la inflación, es evidente que cada vez más el mantenimiento de la guerra incrementa la factura sobre la UE con el añadido de las oleadas de inmigrantes ucranianos, que presionan sobre todo a Hungría y Polonia. Este último país, uno de los más cercanos a Rusia y que está acogiendo a los refugiados de la guerra, en segundo lugar después de Polonia, y que es básico en la estrategia de la UE, sigue sin recibir los fondos económicos porque la Comisión considera que sus políticas, sobre todo las relacionadas con los grupos LGBTI, no se ajustan a lo que se considera políticamente correcto. Este hecho sitúa aún en más incertidumbres las perspectivas de futuro. El pulso de la UE con Rusia, impulsado por EE.UU. puede representar un deterioro fatídico de la cohesión europea.