Si el estudio llevado a cabo por el Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME) de la universidad de Washington publicado por The Lancet acierta, la población de la tierra nunca llegará a los anunciados 10.000 millones de habitantes, sino que antes empezará a reducirse, de modo que al final el planeta tendrá el doble de mayores que de niños. China, por ejemplo, se verá muy afectada por la política histórica del hijo único, por lo que perderá el 65% de los jóvenes entre 20 y 24 años. La previsión del estudio es que el mundo llegue a su máximo en 2060 con 9.700 millones de habitantes y que, a partir de entonces, se vaya reduciendo hasta los 8.800 en el año 2100. Pero esta población se concentrará sobre todo en la población mayor de 50 años, mientras que se reducirá en las edades más jóvenes.
La disminución se producirá especialmente porque África habrá efectuado una transición demográfica que conllevará una importante reducción del número de hijos por mujer. A pesar de este hecho, este continente será el más joven y demográficamente más potente del mundo, de manera que a finales del presente siglo de los 10 países más poblados, 5 serán africanos: Nigeria, República Democrática del Congo, Etiopía, Egipto y Tanzania, mientras que perderán posiciones los que ahora ocupan un lugar más destacado, como Brasil, Bangladesh, Rusia y Japón. Mantendrán una posición equivalente a la actual Indonesia y los EE. UU. China dejará de ser el país más poblado del mundo porque perderá una parte importante de sus habitantes y será superada por la India, que tendrá un decrecimiento menor situándose en torno al millar de millones de habitantes. Las caídas de población se generalizarán a partir de 2050 y serán particularmente intensas en Asia.
Este estudio contradice los pronósticos de la ONU, que prevén 11.000 millones de habitantes para el año 2100. Esta perspectiva a largo plazo señala que, con una visión tanto local como global, el problema al que se encamina el mundo no es sólo de impacto ambiental de su población, sino de su envejecimiento asimétrico y los cambios geoestratégicos y políticos que se producirán. En este contexto, Europa, sometida a una notable decadencia demográfica, quedará al arbitrio de la presión africana y especialmente también del norte de África, que mantendrá la vitalidad demográfica hasta bien entrado este siglo. El caso de España será particularmente dramático, porque su población pasaría de 46 millones de habitantes a 23 millones, con el agravante de que además sería una población claramente envejecida.
Ya va siendo hora de que Cataluña, España y la misma Europa pongan las luces largas y se den cuenta de que su actual civilización tiene todos los números de durar muy poco si no altera cambios importantes, que no sólo tengan en cuenta el cambio climático, sino la necesidad de rejuvenecer su población. En definitiva, la caída del Imperio Romano no fue tanto producto de acciones agresivas de las poblaciones de los llamados bárbaros como de la continua despoblación del territorio y las sucesivas oleadas de pueblos de más allá de la frontera, que pacíficamente fueron ocupando territorios y partes de la sociedad.