Cataluña, el pueblo que se destruye a sí mismo: ahora, la película sobre Jordi Pujol

Cataluña lleva en su interior un vigor extraordinario, manifestado a lo largo de la historia, pero también –además de los males externos– una notable propensión a la autodestrucción. No digo que sea el único caso colectivo de este tipo, pero me interesa sobremanera porque es el mío: el de mis padres y abuelos, el de mis hijos y nietos. En mí, como en la mayoría de los compatriotas, se anclan cinco generaciones, y tengo conciencia y responsabilidad.

Que Cataluña se destruye a sí misma se hace evidente a ojos cerrados: desde el autoodio extremo, de algunos catalanes, hasta el odio hacia los españoles, de otros, sin tener en cuenta que nuestro ser y hacer ya es inseparable de aquella realidad. Ni somos una calcomanía del estándar español, ni somos una realidad que pueda rasgarse de España sin perder una parte esencial de nosotros mismos.

¿Desea un ejemplo autodestructivo en tiempo real? La pugna cainita entre ERC y Junts.

¿Desea un ejemplo autodestructivo en tiempo real? La pugna cainita entre ERC y Junts. Un triste papel el suyo: ser a la vez muleta necesaria y demandantes de recompensas constantes al gobierno español, con resultados que se traducen en migajas inconexas y promesas eternamente frustradas. Un juego de amenazas y retrocesos que daña su autoridad moral a los ojos de los demás.

¿Tan difícil es establecer una estrategia común, con objetivos claros y compartidos, sin miedo a derribar a un gobierno que, como es el caso, abusa del engaño?

La película sobre Jordi Pujol

Y ahora vamos al hecho más reciente que ejemplifica hasta qué punto los catalanes pueden ser destructivos consigo mismos: la película sobre Jordi Pujol que se estrenará el 16 de abril. Tendrá éxito de público, porque todo lo que llama al escándalo lo tiene, salvo que exista una improbable reacción moral de boicot a este absurdo.

¿Por qué es un absurdo? Juzgue usted mismo. Hacer una película sobre el político más importante de la segunda mitad del siglo XX en Catalunya –y uno de los capitales desde el Renacimiento– pero ceñirla solo al momento más oscuro de su trayectoria, la presunta corrupción masiva, todavía pendiente de juicio, es una manipulación brutalmente injusta.

Primero, porque aún está por ver el resultado judicial, y una película como ésta pisa la necesaria presunción de inocencia.

Segundo, porque es una obra deliberadamente parcial y sectaria. De ese sectarismo que nunca ha perdonado a Pujol haber ganado las primeras elecciones al Parlament contra todo pronóstico, haberse mantenido décadas en el gobierno con mayorías abrumadoras y haber creado una administración catalana de nueva planta que, desgraciadamente, poco han hecho sus sucesores para mejorar.

¿Hay que hacer una película sobre Jordi Pujol? ¡Por supuesto que hace falta! 

Pero hagámosla completa, con sus luces y sus sombras, como corresponde a toda acción humana de envergadura. Explicamos su papel en la resistencia catalana, los hechos del Palau, su detención, tortura y encarcelamiento. Mostramos su capacidad de rehacer la vida con una extraordinaria potencia, no para vivir mejor, sino para reconstruir un país.

¿Que lo hacía desde su punto de vista? Claro. ¿Y no es esto la democracia? Su acción antes y durante su largo mandato, su pensamiento, que alimentaba un nacionalismo más cercano al patriotismo –como virtud en el sentido de MacIntyre– que en el estatismo independentista de la comodidad, aquel que cree que el autogobierno lo resuelve todo sin exigencia personal alguna.

Sin embargo, no. El director Manuel Huerga, el guionista Toni Soler y la productora Minoria Absoluta han preferido centrarse solo en su versión final: la de la corrupción, presunta o real. Y, en este contexto, han hecho balance de la obra de Pujol sin siquiera molestarse en explicarla.

Un país dirigido por mediocridad hinchada por la propaganda del dinero público, que ha perdido todo sentido de su historia, cultura y tradición, que no tiene ningún horizonte más allá de pequeñas ganancias miserables, y que se dedica a liquidar las pocas referencias todavía vivas que nos podrían ayudar a rehacer el futuro, no tiene futuro porque contribuye activamente a su propia autodestrucción.

Muchos se conforman. No es mi caso.

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