Es digna de elogio la solidaridad que conmueve a Europa para acoger a los refugiados ucranianos. Destaca sobre todo el esfuerzo polaco, que está muy vinculado a su enemistad histórica con Rusia, pero también Hungría, un país mucho más amistoso con Moscú, que está haciendo un gran esfuerzo. De todas formas es un hecho general.
Por esta razón, todavía es más relevante el contraste hipócrita con el trato que siguen dando a inmigrantes de otras procedencias. Ahora mismo se ha vivido una nueva tragedia en las aguas territoriales españolas al naufragar una patera y desaparecer casi todos los miembros que iban. Son decenas de muertes que alimentan el continuo que se ha producido, tanto en el Atlántico para llegar a Canarias como en el Mediterráneo, desde hace años, sin que Europa haya sabido o querido dar una solución humana. Porque una cosa es regular la entrada de inmigrantes y entre los cuales se mezclan refugiados, y otra distinta no articular medidas más eficaces para evitar tanta mortalidad.
Pero, seguramente, el mayor contraste lo aporta Dinamarca, un país especialmente propenso a la discriminación hacia la inmigración de toda condición. Sus medidas han sido tan excepcionales que incluso la propia justicia danesa ha procedido contra una de sus ministras responsable de esa temática. Pero lo que resulta realmente dramático es que, a la vez que se produce la acogida de ucranianos, Dinamarca, siguiendo las huellas del Reino Unido, está negociando con Ruanda para enviar a inmigrantes que tiene en territorio danés a ese país africano. El precedente de Londres en ese sentido crea escuela. El Reino Unido dedicaría 144 millones de euros para librarse de los inmigrantes que le llegan a través del Canal de la Mancha, remitiéndolos a Ruanda y dejarlos en manos de ese gobierno.
Dinamarca ya aprobó en 2020 una ley que permite el traslado de refugiados a centros de acogida de un tercer país, pero aún no lo había aplicado. De hecho, la política del país nórdico le ha valido las críticas del defensor de los derechos humanos de Naciones Unidas. Las prácticas danesas no son compatibles con las leyes de la UE, sin embargo, las aplica. Lo ha hecho en la frontera y lo hace creando guetos dentro del mismo país, sometidos a una legislación discriminatoria, pero al mismo tiempo la Comisión, que mantiene un pulso permanente con Polonia y Hungría, ignora sistemáticamente las prácticas xenofóbicas de los distintos gobiernos daneses. Aquí también existe un factor de discriminación. Si eres un “pobre” del este tienes que estar dispuesto a obedecer con todo detalle lo que te mande la Comisión Europea, pero si eres de un país nórdico o del eje franco-alemán, puedes tirar para adelante con el completo convencimiento de que nadie en la UE te señalará con el dedo.
Europa no puede construirse sobre estos desequilibrios, injusticias e hipocresías.