Halloween ha triunfado de lleno en la sociedad española y catalana, y ha terminado por arrinconar la fiesta tradicional de Todos los Santos. Por ejemplo, en Madrid la celebración en los locales de ocio nocturno es tan importante que, según los empresarios del sector, supera ya en consumo la de Año Nuevo, y eso a pesar de la inflación y el riesgo de la crisis. Halloween se caracteriza por los disfraces que rinden culto al gore, a la repugnancia en las decoraciones, a los ambientes negros y tétricos que remiten a un mundo oscuro y que, con la fiesta mezclada con el alcohol han facilitado declinar hacia una sexualidad violenta.
Todo ello hace inexplicable que tantas familias celebren con sus hijos, junto a muchas escuelas, esta mascarada de la que lo único que puede decirse es que posee una estética de profundo mal gusto.
Y como la negritud y el mal gusto llaman al mal comportamiento, el balance de la noche, todavía incompleto, ha sido muy negativo. Se ha producido al menos una agresión sexual a una joven en Barcelona, ha habido un muerto en Salou por navajazo y otro herido grave en Torrent, junto a Valencia. Las peleas se han generalizado en las salidas de las discotecas y la situación ha llegado al caos extremo en Sevilla, donde la policía ha detenido a personas portadoras de armas blancas y objetos contundentes, y 24 detenciones en Valencia.
No son menores. No se pueden trivializar porque además ni de lejos son el recuento completo de esta noche. Que no salgan hablando ahora de la “criminalización” de Halloween. Hay que poner de relieve que hay celebraciones que por su contenido y práctica llaman a los comportamientos cívicos y a la celebración familiar, que nunca suele dañar, y que hay otras que, al menos llegadas a nuestro país, a lo que dan lugar es al aumento de la violencia y de los comportamientos vandálicos .