La pandemia no ha clausurado los movimientos de los diversos grupos y partidos catalanistas (Units per avançar, El País de demà, Lliures y la Lliga), sino que estos han continuado sus movimientos, si bien de una manera más discreta, en parte por las circunstancias expuestas, en parte por voluntad propia.
De hecho, más que la pandemia, lo que condiciona el ritmo para posibles pactos es el horizonte electoral que se ha ido alargando y alargando, y que sigue incierto en una franja que va desde noviembre hasta el próximo año. A día de hoy, la novedad más importante ha sido el emerger, como una prolongación de El País de demà, el Grup de Poblet, el Partit Nacionalista Català. Una vieja aspiración de un sector de Convergencia que se mira en el PNV, modelo que Jordi Pujol nunca compró.
De este modo, parecería como si el Grup de Poblet, surgido con un fuerte impulso renovador y una visión diferente de lo que debería ser la práctica política, se encarrila por una vía tan clásica como la del PNC, que tiene todos los números de querer significar una reencarnación de la destruida CDC. Esta imagen se vería acentuada si Marta Pascal ocupara la primera fila.
El interrogante es si esta resurrección es posible en el orden humano, es decir, si hay un electorado suficientemente nutrido como para apuntarse a un soberanismo indeterminado, que antepone la negociación de cosas prácticas a cualquier otra cuestión. Esta formación mantiene estrechas relaciones con Units per avançar y a estas alturas sería previsible un entendimiento electoral. La dificultad añadida es que como Units es claramente el heredero de la antigua Unió, nos encontraríamos en esta alianza con otra reencarnación, la de CiU, sobre la que planean los mismos interrogantes que el PNC.
Este grupo no es actualmente muy proclive a pactar con Lliures y la Lliga, porque considera que expresan una visión muy diferente del catalanismo. Este hecho ha comportado, especialmente en el ámbito de la Lliga, que fijen su atención más que en el pacto, en la bolsa de votos que en las últimas elecciones acudieron a Cs otorgándoles un éxito inesperado, y que mayoritariamente habían sido votantes de CiU. Escogieron esa opción como rechazo a la deriva del independentismo y también porque su sensibilidad catalanista no sólo no era incompatible con España, sino que en muchos casos era complementaria.
En los buenos tiempos de Pujol, todo este electorado se sentía bastante representado por su política. No es un grosor pequeño, técnicamente pueden ser unos cuantos cientos de miles de votantes que hoy ya están desencantados de Cs. En todo caso, aquí la dificultad radica precisamente en este desencanto, que los lleva más hacia la abstención que hacia el voto a una opción política, y el reto radica en conseguir movilizarlos.
Si se consiguiera encontrar la forma y los liderazgos capaces de acoplar estas dos partes, sí se podría hablar con propiedad de un renacimiento de CiU. Mientras estas dos almas del catalanismo funcionen por separado, la apuesta será muy incierta y se decantará por la banda de aquel que obtenga más apoyo económico y que sepa situar el proyecto catalanista en tiempos de pandemia.