Es una paradoja. Cuando se ha reavivado la cuestión del catalán como lengua oficial europea y cuando se puede utilizar sin limitaciones en el Congreso de los diputados, la realidad de la lengua en Cataluña es muy preocupante y señala una fuerte contradicción. Por un lado, la reivindicación a máximos en materia de autogobierno reclamando la independencia por parte de ERC, JxCat y la CUP, y por otro, el mal estado de lo primordial para la concepción catalana, el mantenimiento de su lengua, así como de la cultura y el derecho civil. Y es que el catalán presenta síntomas alarmantes.
Uno, en la escuela. Se hizo lo más difícil, conseguir legislar que el catalán fuera lengua vehicular y se está fallando en lo más fácil, su valor como asignatura. Los resultados de la última evaluación lo demuestran. Pero si se observa la serie se puede ver cómo el problema se profundiza ahora, pero no comienza en ese momento.
Con una valoración de 72,7 para 6º de primaria y 72,3 para 4º de ESO, se alcanzan los valores más pequeños de estas evaluaciones, que empezaron en 2014. Y es un flaco consuelo pensar que algo parecido le ocurre al castellano, más cuando el inglés remonta claramente y ya obtiene una mayor puntuación que aquellas dos lenguas.
La Generalitat intenta justificarse aduciendo muchas causas exógenas a su responsabilidad directa olvidándose de la realidad más importante perfectamente conocida en las escuelas: la enseñanza del catalán es percibida como una losa e interesa poco a los alumnos. Y ahí hay un problema de pedagogía. Habiendo conseguido lo que nunca Cataluña había detentado, cómo es la enseñanza en catalán y además como lengua básica de la enseñanza, conseguimos malos resultados, porque, además, un 17,5% de los alumnos en primaria y un 14,2% en 4º de ESO no alcanzan las competencias básicas.
A este hecho en la escuela se le añade otro en la universidad que va en el mismo sentido. La reiterada y baja matriculación en los estudios de Filología Catalana, que cronifica la falta de maestros con esta titulación que es primordial para tener un buen nivel docente en las aulas de los institutos. Los estudiantes parecen considerar que es una carrera sin salida cuando ocurre exactamente lo contrario, tiene más que la que los graduados pueden cubrir. Y también da una idea del escaso atractivo que tiene el catalán para la gente joven.
Hay un problema de fondo en todo esto: la lengua catalana ha pasado de ser una parte que se transmitía a través de las familias, pero que en las limitaciones desarrollaba una cultura sólida y de prestigio, a despertar un interés muy escaso. Este hecho se da en las familias porque cuando algo no funciona en la escuela, también hay que mirar a los padres y madres, dado que su responsabilidad es determinante. No en la enseñanza específica de aquella materia, pero sí en el interés y motivación del alumnado por el estudio.
Otros factores juegan en contra del catalán. Uno de ellos es que la baja natalidad fomenta la inmigración, y ésta básicamente o bien es hispanoamericana y tiene como lengua materna el castellano o bien la que procede de los países del Magreb y de África que tienen como necesidad vital aprender el castellano, que es la lengua que les abre el camino al trabajo. Aquí también se manifiesta la gran insensibilidad que existe en el mundo de la empresa, donde la lengua del país ya no se valora como un mérito en la mayoría de los casos, y ese rol lo ha ocupado el inglés.
En el marco de la sociedad se producen dos problemas que van excluyendo al catalán en su uso social. Uno es el giro lingüístico que adoptan muchos catalanohablantes que se pasan al castellano de inmediato si su interlocutor se expresa en esta lengua. De esta forma nadie parece tener necesidad de conocerla. Y este defecto sumado a la inmigración está generando actitudes sociales excluyentes, de modo que se va extendiendo en los ámbitos sociales y, sobre todo, asociativos, la cancelación del catalán cuando alguien de los asistentes reclama que él no lo entiende porque ha venido de otro país o porque sencillamente no lo conoce. Y entonces se llega a la conclusión de que por «buena educación» o porque la finalidad que persigue aquella entidad es más importante que una cuestión lingüística, se establece que nadie puede hablar en catalán.
Es evidente que por esta vía el retroceso se multiplicará y dejará cada vez más el catalán como lengua residual. Recordemos en este sentido que mientras en 2003 la lengua de uso habitual en Cataluña en un 46% era el catalán, en 2018 decreció y era del 36% y posiblemente hoy en día se sitúe sólo en una tercera parte de la población.
Mientras nuestros antepasados recientes y lejanos lograron mantener el catalán a pesar de tenerlo todo en contra, las generaciones actuales, las que ocupan puestos de responsabilidad política, empresarial, educativa, como padres y madres, están permitiendo que lo que es la columna dorsal de Cataluña se vaya erosionando día a día.