Este texto es un resumen de la versión original
En las sociedades Occidentales existe una cultura dominante, que aplica esta hegemonía al espacio político surgida de un conglomerado dominante formado por la perspectiva de género, el wokismo y el laicismo excluyente, que tienen un factor de aglutinación en la autodeterminación personal sin límites, y constituyen la máxima expresión de la cultura de la desvinculación. Estas corrientes ideológicas, nacidas en la matriz cultural anglosajona, han provocado una fragmentación moral, cultural y social que destruye los fundamentos de las sociedades democráticas, especialmente en Europa occidental y España, y con ellos a las propias sociedades.
1. La destrucción del pensamiento racional y científico
El pensamiento racional y científico, que ha sido el motor del progreso occidental, ha sido reemplazado por un constructivismo ideológico que reduce la verdad a una construcción social y política. La ciencia ya no se entiende como un esfuerzo por adecuar la mente a la realidad (Aristóteles), sino como un discurso más dentro de una batalla cultural. Esto ha desdibujado los criterios de falsabilidad, consenso científico y correspondencia empírica.
Este nuevo paradigma ideológico socava la confianza en el método científico y coloca el activismo por encima de la búsqueda de la verdad, generando un discurso subjetivo y autorreferencial que destruye la posibilidad de un debate honesto.
2. Los pilares de la ideología hegemónica
La ideología dominante se asienta en cuatro pilares fundamentales:
- Autodeterminación ilimitada: El individuo se entiende como una entidad autónoma, desligada de sus condicionantes biológicos, familiares y comunitarios.
- Feminismo de género: Transformado por la teoría queer, destruye categorías naturales y culturales tradicionales, convirtiendo las excepciones en norma.
- Wokismo: Se manifiesta a través del revisionismo histórico, la cultura de la cancelación y el moralismo digital.
- Laicismo excluyente: Elimina la dimensión religiosa del espacio público, desarraigando a la sociedad de su herencia cristiana.
Estos pilares no operan de forma independiente, sino que se refuerzan mutuamente, generando un sistema ideológico coherente en apariencia, pero profundamente contradictorio en su práctica.
3. Sociedad desvinculada y autodeterminación sin límites
La autodeterminación sin límites ha creado una sociedad desvinculada, donde los lazos comunitarios tradicionales han sido reemplazados por una autonomía individual hipertrofiada. Esta ruptura beneficia tanto al Estado intervencionista como al mercado consumista, que encuentran en la fragmentación social una oportunidad para ejercer un mayor control.
Las identidades se han convertido en productos de consumo, y la individualidad se ha atomizado en un sinfín de categorías, cada una exigiendo reconocimiento público y derechos específicos, lo que debilita la cohesión social.
4. Impacto de la perspectiva de género
La perspectiva de género, impulsada por el feminismo radical y la teoría queer, ha redefinido las instituciones sociales y culturales. Las excepciones se han convertido en la norma, criminalizando la masculinidad, devaluando la maternidad y reemplazando la familia natural por estructuras artificiales.
En el ámbito legislativo, las políticas de género han distorsionado el objetivo del bien común, priorizando los intereses de grupos específicos. Además, esta perspectiva ha generado inseguridad jurídica, especialmente con leyes sobre autodeterminación de género, que afectan a ámbitos como el deporte, los espacios segregados y las cuotas de representación.
5. Wokismo y la cultura de la cancelación
El wokismo, nacido de la cultura anglosajona, ha derivado en una cultura de la cancelación que funciona como una herramienta de control ideológico. Este fenómeno se manifiesta a través de:
- Activismo digital: Las denuncias y campañas de boicot se viralizan rápidamente en redes sociales.
- Moralización del discurso público: Se establece una línea divisoria tajante entre lo «correcto» y lo «incorrecto».
- Cero tolerancia: Se exige una respuesta drástica e inmediata ante cualquier comportamiento considerado ofensivo.
- Efecto ejemplificador: Las cancelaciones buscan disuadir futuros comportamientos similares.
- Contexto ahistórico: No se consideran los matices históricos o culturales de los actos juzgados.
El movimiento #MeToo ejemplifica esta dinámica. Aunque surgió con un fin legítimo, ha evolucionado hacia un sistema donde la presunción de inocencia es sacrificada en favor de juicios mediáticos y condenas sociales irrevocables.
6. Alianza estratégica entre feminismo de género y wokismo
Existe una alianza estratégica entre el feminismo de género y el wokismo, aunque plagada de contradicciones. El feminismo radical, especialmente el representado por las TERF (Trans-Exclusionary Radical Feminists), rechaza la inclusión de mujeres trans en los espacios femeninos, especialmente en el deporte.
El Comité Olímpico Internacional (COI) ha tratado de establecer reglas para evitar que las mujeres trans compitan en igualdad con las atletas biológicas, admitiendo implícitamente una diferencia biológica insalvable. Sin embargo, esta lógica utilitaria oculta una contradicción central: si las mujeres trans no son iguales a las mujeres biológicas, ¿por qué los hombres trans sí lo serían?
Estas tensiones no resueltas generan un conflicto continuo, que fragmenta aún más el discurso ideológico dominante.
7. Cancelación del cristianismo y la dimensión religiosa
El laicismo excluyente ha eliminado activamente la presencia del cristianismo del espacio público, no solo como fe, sino también como pilar cultural e histórico de Occidente. Esto se manifiesta en episodios como la prohibición de símbolos religiosos en espacios oficiales y la negativa a reconocer el papel histórico del cristianismo en la construcción de Europa.
Esta cancelación no es neutral: ha sido reemplazada por una sacralización de las ideologías seculares, donde el wokismo, el feminismo de género y el punitivismo woke actúan como dogmas irrefutables, sin espacio para el perdón, la redención o el diálogo.
8. La paradoja del secularismo
La sociedad moderna, al intentar ser neutral, ha impuesto una moral fragmentada y contradictoria. Ninguna sociedad es realmente laica, pues todas funcionan en torno a una visión moral común. Sin embargo, la narrativa laicista ha debilitado los lazos comunitarios y ha generado una crisis de sentido profundo.
El espacio público no puede ser monopolizado por una moral secular que excluye las convicciones religiosas, pues esto atenta contra el pluralismo auténtico.
Es necesario afirmar con Jürgen Habermas:
- El reconocimiento del valor social de la religión: Las sociedades contemporáneas carecen de muchos de los valores defendidos y preservados por la religión. La historia de la razón humana es, en gran medida, la historia de una razón configurada por la religión y por los valores humanistas que esta ha defendido a lo largo de los siglos.
- El derecho de los creyentes a participar en el espacio público: Este derecho está al mismo nivel que el de quienes no creen. El espacio público, por definición, es de todos, y excluir las convicciones religiosas equivale a tratar a las personas de forma desigual.
Y es que, como decía C.S. Lewis, con una amarga ironía: «Incluso Lucifer cree en Dios.»
9. Reflexión final
En esta hegemonía está en la raíz de la policrisis de los paises de la Europa occidental, sobre todo. Ante ella es necesario y urge:
- Las minorías tienen derecho a protección, pero no a imponer su visión sobre la mayoría.
- El bien común debe prevalecer como criterio rector en la legislación. No puede sacrificarse el equilibrio social por demandas ideológicas o presiones mediáticas.
- No todo cambio legislativo es positivo por el simple hecho de ser inclusivo. El impacto en el bien común debe ser evaluado cuidadosamente.
- El respeto a los derechos individuales no debe derivar en la desestructuración de instituciones sociales esenciales.
- El debate debe ser honesto y libre de imposiciones ideológicas, tanto desde sectores conservadores como progresistas.
- Si no se lleva a cabo una revisión profunda del actual marco legislativo y político, la fragmentación moral y cultural provocada por la perspectiva de género, vinculada a las tensiones políticas en Occidente, seguirá acentuando las rupturas internas que generan polarización y debilitan el consenso social. El feminismo de género y sus identidades LGBTQ+ actúan como una ideología dominante que tiende a excluir otras perspectivas, limitando el pluralismo y erosionando los fundamentos democráticos.
La sociedad necesita un orden moral compartido para evitar la fragmentación perpetua y la crisis estructural. Sin una visión compartida del bien, sin un diálogo sincero entre perspectivas diversas, la sociedad seguirá enfrentándose a una policrisis cultural, moral y política, con consecuencias impredecibles para su futuro.