La agonía del cristianismo en Tierra Santa

En agosto de 2024, el monje benedictino alemán padre Nikodemus Schnabel, de la Abadía de la Dormición en Jerusalén Oriental, contaba que “por desgracia, recibir escupitajos forma parte de mi vida cotidiana; cuando salgo del monasterio forma parte de mi realidad. (…) Como monasterio también hemos sufrido incendios provocados, pintadas de odio y ventanas rotas, y cada vez va a más”.

Hace pocas semanas nos conmocionó la noticia del ataque israelí contra la parroquia católica de la Sagrada Familia en Gaza, una comunidad regentada por el Padre Gabriel Romanelli, sacerdote argentino del Instituto del Verbo Encarnado. El ataque, perpetrado por un tanque del ejército israelí, causó tres muertos y una decena de heridos, entre ellos el párroco.

La primera explicación dada por los israelíes fue que el templo era un refugio de terroristas, afirmación absolutamente falsa y que fue desmentida categóricamente tanto por el padre Romanelli como por monseñor Pierbattista Pizzaballa, Cardenal Patriarca de Jerusalén.

La segunda versión ofrecida por el gobierno israelí fue que se había producido un ataque “por error”, argumento que tampoco ha sido aceptado por las autoridades eclesiásticas de Tierra Santa, ya que el tanque de los agresores se hallaba a escasa distancia del edificio bombardeado, que es a todas luces una iglesia en la cual se ofrece protección a familias tanto cristianas como musulmanas.

Poco antes, en la Cisjordania ocupada, había sido atacado el pueblo de Taibeh, cuyos habitantes son cristianos palestinos. El pasado 10 de julio los servicios de prensa de la Santa Sede proporcionaban la siguiente información:

“Ayer, una banda de colonos judíos incendió áreas cercanas al cementerio cristiano bizantino y a la iglesia de San Jorge, del siglo V, uno de los lugares de culto más antiguos y venerados por los cristianos de Palestina. Los incendios siguen a una serie de violencias perpetradas contra los habitantes cristianos del pueblo, que han ido en aumento en las últimas semanas (…). La actividad terrorista de los colonos en las últimas semanas ha afectado, además de Taibeh, a varias aldeas palestinas cercanas a los asentamientos ilegales israelíes, como Ein Samia y Kufr Malik, donde han incendiado casas, autos y productos agrícolas. A finales de junio, cuatro jóvenes palestinos que intentaban resistir las violencias fueron brutalmente asesinados. En Ein Samia, a lo largo del valle del Jordán, los colonos atacaron destruyendo el acueducto, la fuente de agua que, a través de un sistema de canales construido en época romana, todavía abastece de agua a cientos de miles de habitantes palestinos”.

La misma fuente hacía público el llamamiento de los párrocos de las tres comunidades cristianas de Taibeh:

“La parte este del pueblo, lamentan los tres sacerdotes, «se ha convertido en un blanco abierto para los puestos avanzados de los asentamientos ilegales judíos que se expanden silenciosamente bajo la protección del ejército israelí». Los sacerdotes piden a la comunidad internacional y eclesiástica que envíen misiones al terreno para documentar los daños sufridos y el progresivo deterioro de la situación”.

Esta noticia publicada en el portal oficial de la Santa Sede, Vatican News, continúa recordando los terribles agravios, ataques y expolios infligidos por Israel a la población cristiana desde hace décadas.

La consecuencia de estas persecuciones en Tierra Santa, o lo que es lo mismo, en Israel y en los territorios ilegalmente ocupados por este estado en la Cisjordania y en Gaza, es una continua disminución de la población cristiana. Los datos sobre el número de cristianos en Tierra Santa en los últimos años de la dominación turco-otomana son contradictorios y bastante diferentes, según unas u otras fuentes. En todo caso, puede estimarse que los cristianos eran aproximadamente un 20% del total de habitantes de Palestina.

En 1917 el Reino Unido derrota a Turquía, conquista este territorio y lo convierte en una posesión colonial con el status de “mandato”. Simultáneamente, se hace pública la famosa declaración de Balfour”, por medio de la cual el gobierno británico se compromete a apoyar los esfuerzos del movimiento sionista para asentar en Palestina a judíos procedentes de todo el mundo.

La llegada cada vez más numerosa de colonos sionistas, cuyo fin es fundar un estado hebreo, provoca el rechazo de los árabes, tanto cristianos como musulmanes.

Bajo el mandato británico las tensiones y la violencia crecen continuamente. Las organizaciones sionistas llevan adelante actos de terrorismo contra británicos y árabes, a los que tanto unos como otros responden con nueva violencia. Y así comienza la imparable migración de cristianos palestinos que abandonan Tierra Santa.

Si en tiempos de la soberanía turca eran el 20% de la población, tres décadas más tarde, en el momento de la independencia de Israel en 1948, no suman más del 10%. En 1970 son apenas un 5%. Hoy no llegan al 2%.

A lo largo de dos milenios nunca le había ido tan mal a la población cristiana de Tierra Santa como en los últimos cien años. Nunca antes el número de cristianos había descendido de modo tan extremo. Esta dramática evolución se inicia con la llegada de los británicos y de los colonos sionistas y se intensifica desde la fundación del estado de Israel: los fríos números de la estadística de población son el reflejo matemático de una gran tragedia y de una larga y mal disimulada persecución étnica y religiosa.

Los métodos empleados en los últimos meses en la Cisjordania y, de modo atroz, en Gaza no son nuevos, son los mismos de los últimos ochenta años, solo que ahora su intensidad y su crueldad alcanzan un nivel inimaginable, a lo que hay que añadir la total falta de recato y de disimulo en la comisión de estos crímenes en masa.

Es muy posible que Israel logre su declarado propósito de dejar a Gaza libre de palestinos, en parte exterminándolos, en parte obligándolos a huir. Menos verosímil parece la realización del sueño de Donald Trump (que dice ser cristiano y algunos hasta se empeñan en creerle) y que consiste en crear una “riviera de lujo” en el territorio de la franja una vez eliminados sus habitantes, una canallada de desfachatez insuperable.

Una vez concluida la limpieza étnica en Gaza, le tocará el turno a la Cisjordania y al Jerusalén Oriental, donde la gran sustitución ya está en marcha. El hecho de que el estado de Israel renuncie a todo disimulo y que haya perdido toda inhibición y todo pudor es especialmente inquietante: la finalidad de esta desvergüenza es que nos habituemos a las atrocidades que leemos y vemos cada día en los periódicos, que nos resignemos, que acabemos por ser indiferentes a ellas, que renunciemos a reaccionar, que no nos importen.

Cuando Jerusalén Oriental y la Cisjordania sean tratados como lo es hoy Gaza, y ya no falta mucho tiempo para ello, la presencia cristiana en Tierra Santa entrará en la última fase de su agonía.

Los cristianos de Tierra Santa son, en su inmensa mayoría, palestinos. Pertenecen al mismo pueblo que está siendo exterminado y expulsado, sufren la misma suerte que sus hermanos de religión musulmana. Con ellos, los herederos y descendientes de las primeras comunidades cristianas de la historia, no solo se destruirá a su pueblo, lo que ya es algo monstruoso, sino también se acabará con algo que es de todos los cristianos: la presencia de nuestra fe en la tierra que vio nacer y morir a Jesucristo.

Los métodos empleados en los últimos meses en la Cisjordania y, de modo atroz, en Gaza no son nuevos, son los mismos de los últimos ochenta años, solo que ahora su intensidad y su crueldad alcanzan un nivel inimaginable Compartir en X

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