Israel tiene actualmente una tasa de fecundidad de 3 hijos por mujer. Es un caso único entre países occidentales. En la Unión Europea, con datos de 2020, Francia va a la cabeza con 1,83, y España a la cola con 1,19. Sólo la pequeña Malta está por debajo de él. Cataluña tiene una fecundidad de 1,21 hijos por mujer. La media de la UE es de 1,5.
Que en Israel hay muchos más niños y jóvenes que aquí lo comprobamos los que participamos en la peregrinación del pasado diciembre a Tierra Santa, guiados por la mano experta de Pere Codina. Me sorprendió el gran ambiente que había el jueves por la noche en las calles del centro de Jerusalén, llenas de jóvenes, por cierto, muy bien educados. Cuando subíamos a los apretados tranvías de la ciudad santa enseguida un chico o una chica nos ofrecía su asiento, a pesar de ser personas de mediana edad. Las mismas calles que el jueves por la noche están llenas, el viernes a la misma hora estaban prácticamente vacías, y la mañana del sábado también.
El centro de la semana judía es la cena ritual del Sabbath, que se celebra a partir de la puesta del sol del viernes. Es mucho más que una simple comida familiar, incluye oraciones, ritos, lecturas, canciones, enseñanza y transmisión de las tradiciones de los mayores a los más pequeños. La familia sigue siendo muy importante en Israel, como lo es también la creencia de que los hijos son una bendición de Dios y motivo de gozo.
La fe tiene un peso importante en la extraordinaria natalidad de los judíos en Israel. Redondeando las cifras, las familias ultraortodoxas tienen una media de 7 hijos por mujer, las simplemente religiosas 4, las tradicionalistas 3 y las seculares 2. Incluso estas últimas familias presentan una fecundidad superior a la de Francia, el país que ya hemos visto que tiene la tasa más alta de la UE.
Salvando las distancias, también en nuestra sociedad existe una clara vinculación entre la religiosidad de las familias cristianas y su fecundidad.
La inmensa mayoría de familias con 5 o más hijos que conozco son creyentes y practicantes. Familias vinculadas al Opus Dei, a los distintos movimientos laicales, o simplemente matrimonios creyentes que valoran la vida como el don más importante que hemos recibido y que debemos transmitir a nuestros hijos. Lo mismo puede decirse de muchas familias musulmanas venidas a nuestro país que conservan una fe viva.
Siempre me ha parecido que es más fácil educar a los hijos en una familia con muchos hermanos. Hay muchas virtudes que no es necesario esforzarse en transmitir sino que ya vienen dadas. Criar y educar a los hijos supone generosidad y renunciar a algunas cosas. Pero, ¿hay sacrificio que llene más a la mayoría de las personas que la maternidad y la paternidad?
un pueblo que ha sobrevivido a Auschwitz debe sentir una profunda necesidad de aferrarse a la vida y a su identidad, que está íntimamente ligada a su fe
El último día en Jerusalén visitamos el Museo del Holocausto. Impresiona todo lo que allí se explica, las grandes cifras de la hecatombe causada por los nazis y las historias particulares de tantas personas y familias que sufrieron en su carne la peor tragedia que ha conocido Europa. En el museo se veían a muchos visitantes judíos, familias con sus hijos y jóvenes. No es fácil imaginar lo que debe representar para ellos hacer memoria del exterminio masivo y despiadado que sufrieron sus abuelos y bisabuelos. Pero creo que un pueblo que ha sobrevivido a Auschwitz debe sentir una profunda necesidad de aferrarse a la vida y a su identidad, que está íntimamente ligada a su fe.
Con los datos sobre natalidad de los últimos 50 años y las previsiones altamente fiables para las próximas décadas, las perspectivas de futuro son muy distintas para Israel y Cataluña.
Allí tienen claro que cuando la familia está abierta a la procreación, la sociedad está viva. Y que cuando no lo está, la familia se vuelve pequeña y la sociedad envejece y pierde su vigor. Israel no puede permitirse este lujo. Quiere seguir siendo una sociedad fuerte, capaz de afrontar grandes retos en un entorno geopolítico poco favorable y con un territorio magro y muy pobre en recursos naturales.
Aquí la sociedad está fuertemente secularizada, y sin fe es muy difícil contrarrestar el estilo de vida posmoderno que lleva al individualismo y al hundimiento de los nacimientos. Nuestros gobernantes, por un lado, no crean las condiciones materiales favorables con ayudas a la natalidad y a la conciliación de la vida laboral y familiar. Y por otro lado hacen todo lo que pueden para que el feminismo radical y la ideología de género sean los valores dominantes en las leyes, en la educación y en la cultura. Todo ello baja aún más la temperatura de nuestro largo invierno demográfico.
No será fácil revertir la actual infecundidad estructural catalana y española. Pero habría un cierto margen de mejora, como demuestran los casos de Francia o Hungría, que han hecho políticas públicas en favor de la familia y la maternidad con algunos resultados favorables en el medio plazo. Es necesario sustituir el feminismo hostil a la maternidad, por un feminismo que sepa integrarla y valorarla positivamente. Hay que cambiar la perspectiva de género individualista por una perspectiva de familia que refuerce la célula básica de la sociedad.
Publicado en el Diari de Girona el 20 de febrero 2023