Hace unos años era uno de los orgullos del Viejo Continente, junto a Airbus o Nokia. Hoy, sin embargo, la industria espacial europea vive una crisis sin precedentes, que amenaza su existencia a largo plazo.
El espacio era uno de los pocos sectores en los que se podía considerar que Europa aventajaba todavía a Estados Unidos. La aprobación del sistema de geo posicionamiento por satélite Galileo y el éxito del cohete Ariane 5 marcaron una época dorada que duró hasta mediados de la década pasada.
En su momento culminante, Estados Unidos miraba con envidia a Europa cuando la propia NASA llegó a depender de actores extranjeros.
La vergüenza que sintieron no duró demasiado tiempo: enseguida llegaron los éxitos de SpaceX de Elon Musk. Con el apoyo de abundante financiación pública, esta empresa (que, por su parte, es totalmente privada) desarrolló en un tiempo récord el que se ha convertido en el cohete más exitoso de la historia, el Falcon 9.
Mientras, Arianespace, el fabricante europeo, ha acumulado numerosos retrasos y sobrecostes en el lanzador Ariane 6, llegando a la situación inversa: ahora mismo es Europa quien depende de Estados Unidos para poder poner en órbita sus satélites.
Esperando la llegada del nuevo cohete, cuyo vuelo inaugural debe llegar este verano, cuatro años más tarde de lo previsto, los dos grandes fabricantes de satélites europeos (de hecho, franceses), Airbus y Thales , se encuentran también en plena crisis.
Las dificultades de los industriales se explican por el auge de la órbita terrestre baja (LEO por sus siglas en inglés), que Elon Musk ha sabido explotar con gran éxito a través de la constelación de satélites de comunicaciones Starlink, deteniendo en seco los encargos por los costosos productos de las multinacionales francesas. Ahora, Kuiper, un proyecto similar de Amazon, ambiciona hacer sombra a Musk.
La última gran esperanza de la industria del Viejo Continente estaba puesta en el proyecto IRIS de la Comisión Europea, impulsado por el comisario del mercado interior Thierry Breton.
Sin embargo, en mayo este proyecto de un sistema de comunicaciones en órbita baja recibió un duro golpe (está todavía por ver si mortal) por parte de Alemania, quien le acusó de favorecer desproporcionadamente los intereses industriales de Francia.
Buena parte de los problemas del sector espacial europeo provienen de la excesiva complejidad de la financiación pública de la que se nutren.
A la sobreregulación y excesiva condicionalidad de los fondos (problemas de la UE en su conjunto), se le añaden el principio conocido como del “retorno geográfico”. Según éste, cada país que invierte en los programas espaciales europeos debe ver una parte de su esfuerzo compensado por contratos que se atribuyen a empresas nacionales.
Últimamente, el director de la agencia espacial francesa (el CNES), Philippe Baptiste, ha pegado un puñetazo en la mesa responsabilizando a este mecanismo de la ineficiencia europea, con la mirada claramente puesta en Alemania.
El director de la Agencia Espacial Europea (ESA), el austríaco Josef Aschbacher, rechazó de inmediato las declaraciones de Baptiste y las contrapuso al éxito de Galileo y de los numerosos programas científicos europeos.
Para mayor complicación, la ESA es una agencia externa a la UE que incluye países que no forman parte del club de los 27 (como Reino Unido). Las tensiones entre la Comisión Europea y la ESA son conocidas, y la ambición de la Comisión es aplastar a la agencia para hacerse con el monopolio europeo del espacio. Pero entonces, quizás ya sea demasiado tarde.