Tras una intervención pública intencionadamente triunfal, en la que el presidente Sánchez anunciaba, al menos por tercera vez, el principio del fin de la pandemia, comprometiéndose a un esperanzador y exigente programa de vacunación, impera la confusión .
El efecto optimista ha durado escasamente 24 horas porque a continuación se han producido una serie de hechos que, como mínimo, nos dejan a todos desconcertados.
Primero, por el fin de el estado de alarma a principios de mayo sin establecer ningún mecanismo general que permita adoptar medidas restrictivas y coordinadas al conjunto de las comunidades autónomas. No era lógico establecer un estado de alarma tan largo que sólo facilitaba eludir el control parlamentario del gobierno por parte del Parlamento.
Pero, después de tantos meses en esta situación lo que resulta incomprensible es que se pase del estado de alarma a la nada de un día para otro, y se dejen al albor de cada autonomía, y de la interpretación de cada tribunal de justicia, las medidas a adoptar.
Este escenario genera una gran incertidumbre y no favorece para nada a una imagen organizada del país. Resulta incomprensible que la anunciada legislación específica de carácter sanitario para luchar contra la pandemia, que anunció la vicepresidenta primera del gobierno, Carmen Calvo, en octubre del año pasado, haya quedado en nada. Y todo ello con la perspectiva de una incierta cuarta ola .
Es evidente que Sánchez no quiere someterse a la votación de un nuevo estado de alarma en el Congreso, porque tiene todas las dudas del mundo de salir bien parado. Pero, precisamente, por esta razón debería poner sobre la mesa un plan gubernamental que permitiera gestionar la Covid-19 hasta alcanzar la inmunidad de grupo.
Junto a este desconcierto se producen tres más.
Uno de ellos es la rectificación en toda regla de la muy reciente normativa del gobierno que obligaba a llevar mascarilla en la playa a pesar de que hubiera la distancia suficiente entre las personas. Al final el sentido común se ha impuesto, pero lo que resulta extraño es que, a estas alturas, el ministerio de Sanidad sea capaz de hacer pública una medida tan absurda que no hace ningún bien a la disciplina que se pide a la ciudadanía.
El segundo elemento de confusión es la cumbia que se baila con la vacuna de AstraZeneca. Castilla y León suspendió su aplicación temporalmente, después España ha decidido que no vacunará a menores de 60 años. Este hecho significa que las previsiones sobre las que se fundamentó Sánchez para afirmar que a finales de agosto estaría vacunada el 70% de la población, se deben variar apenas hecho el anuncio. Es evidente que esto inspiró de todo menos confianza.
Por si fuera poco, Europa contribuye a la confusión y no hay un criterio común para esta vacuna. Por ejemplo el Reino Unido la limita sólo a los menores de 30 años. En todo caso es un desorden.
Y ya por último, y ahora ya ceñidos a Cataluña, el PROCICAT vuelve a establecer el cierre comarcal a partir de este jueves a las 12 de la noche, cuando prácticamente hacía poco más de una semana que había dejado de existir.
Estas constantes modificaciones no ayudan a la credibilidad de las medidas. Más cuando mucha gente se pregunta, con o sin razón, cómo es posible que el número de enfermos en la UCI entre Madrid y Barcelona no rebele la diferencia entre un territorio con tantas restricciones ,como el catalán, y la notable apertura que impera en Madrid.