El entendimiento de ERC siempre ha buscado realizarlo con Sánchez, que en definitiva es el presidente del gobierno, pero quien ha imprimido dinamismo a la relación ha sido Pablo Iglesias. Es él quien ha forjado el bloque de la moción de censura basado en Bildu y ERC con el añadido del Bloque Nacionalista Gallego. Ahora, fuera del gobierno, el escenario será muy diferente. Su sucesora, la ministra Yolanda Díaz, ni siquiera es de Podemos, pertenece al PCE y su mirada política es otra, mucho más cercana a la del PSOE que en la concepción plurinacional que predica Iglesias.
La decisión que ha tomado el vicepresidente, convierte aún más la batalla electoral de Madrid en una batalla de dimensión española de alto voltaje, con la búsqueda interesada de la polarización Ayuso-Iglesias. A ambos les interesa. La primera porque puede alzarse con un gran resultado dejando en la nada a Cs y debilitando a Vox. Al segundo porque quiere intentar recuperar el poder electoral perdido a la izquierda del PSOE. El nuevo escenario representa un gran riesgo para este partido, porque su candidato en Madrid, Gabilondo, puede quedar muy difuminado por la polarización. Está claro que el peligro también amenaza a Iglesias. Primero porque ha de conseguir un entendimiento con Más Madrid de Errejón, porque quien tiene los votos a estas alturas es esta segunda formación y no Podemos. El partido de Errejón dispone de 20 en la Asamblea por sólo 7 de Podemos. Si esta unión electoral se produce y es encabezada por Iglesias, tiene posibilidades de hacer frente, pero esta situación no se ha producido. Sólo faltaría que Errejón dijera que él también quiere participar en la batalla de Madrid y se presenta en lugar de la actual candidata, porque entonces se producirían unas primarias explosivas para escoger entre él o Iglesias en el seno de la izquierda del PSOE. Por lo tanto queda mucha película por ver.
Incluso podemos ver unas elecciones generales en otoño si las encuestas le dan a Sánchez una clara ventaja para intentar desembarazarse de la envuelta situación actual.
En estas condiciones la cuestión de los presos, de los indultos, de la modificación de la figura penal con la que los castigaron para que resultara más leve, todo ello, pasa a segundo término, queda lejos del interés de Sánchez y del PSOE, y la mesa de negociación en estas condiciones tiene muy poco recorrido. Olvidémonos por tanto de los anuncios sobre amnistía y referéndum. Nada de esto es imaginable.
ERC deberá soportar la frustración del camino que está recorriendo hace tiempo sin lograr resultados, pero además ahora con el contrapunto de Laura Borràs como presidenta del Parlamento, dado que ya está claro que no piensa ejercer la función de neutralidad institucional que se espera del cargo, sino utilizar la presidencia como plataforma para avivar el conflicto. Claro que tampoco hay que descartar al contrapunto del contrapunto, es decir, a Elsa Artadi, si es que termina como vicepresidenta en el nuevo gobierno. En todo caso, este aún no existe y cuando lo haga es evidente que tendrá una situación muy inestable porque deberá contar con la beligerancia de la CUP, su teórico aliado en el Parlamento, además de las disensiones internas frente a una población que reclama resultados tangibles.
La conclusión, nada precipitada, es que no hay una vía gradual a la independencia, al menos no en tiempos políticos. En tiempos históricos es otra cosa, a saber qué puede pasar a largo plazo, pero en todo caso parece difícil que tenga viabilidad sin una crisis estratosférica en España y en Europa, que por otra parte nadie quiere. El gran interrogante es cuánto tiempo aguantará la paciencia de las bases de ERC ante la frustración que aporta hasta ahora la vía elegida.