Como podréis comprobar con un solo clic, el 24 de febrero escribí en este bloc (que luego publican también en catalán en el digital “Converses a Catalunya”) un post preguntándome si nuestro país estaba preparado para lo que nos venía encima.
No soy Nostradamus, ni médico, ni epidemiólogo, pero tengo sentido común, y observando lo que estaba ocurriendo en China y el brote que surgió de repente en Italia, tuve la sensación de que nuestros gobernantes (los de Catalunya y los del Gobierno del Estado) estaban haciendo un esfuerzo por quitarle importancia a la epidemia (hoy ya pandemia) para no alarmar a la población y no se atrevían a adoptar medidas drásticas por temor a dañar nuestra economía.
La OMS ya estaba avisando entonces de que el coronavirus era un fenómeno nuevo, difícil de controlar, no una simple gripe, y además de calmar a la población había que prevenir los riesgos antes de que fuera tarde. No lo hicieron. Se permitió el desplazamiento en autocar de miles de personas (muchas de ellas de edad avanzada) a Perpinyà, las manifestaciones del 8M, el mítin de Vox en Vistalegre y tantos otros eventos multitudinarios (3.000 hinchas del Atleti viajaron a Liverpool) que vistos desde el confinamiento actual nos parecen surrealistas.
Ya llegará el momento de pedir responsabilidades. Yo mismo he sufrido estos días por algunos miembros muy cercanos de mi familia con síntomas, en algún caso evidentes, de haber contraído el virus. De momento, parece que todos evolucionan favorablemente, aunque alguno ni siquiera pudo ser diagnosticado clínicamente por falta de recursos sanitarios.
Pero hoy es 19 de marzo, San José, y el día del Padre. Y nos toca pensar en nuestros hijos, en cómo animarlos para que no caigan en el pesimismo ni en la tristeza. Y es que toda catástrofe, y esta pandemia sin duda lo es, tiene alguna vertiente positiva. De repente nos damos cuenta de cuáles son las cosas verdaderamente importantes que nos rodean, y cuántas de ellas en cambio son del todo prescindibles. De pronto echamos de menos el contacto físico, los abrazos, los besos, los paseos al atardecer, la actividad física solos o en equipo. Valoramos mucho más el duro trabajo del personal sanitario, la amabilidad de las cajeras (y cajeros) del super, el pan recién horneado, la labor de la policía, de las brigadas de limpieza, los gestos de solidaridad entre vecinos, las miradas de complicidad a distancia…
Este virus acabará con muchas vidas, tendrá graves consecuencias sobre nuestra economía, pero nos está dando una gran lección de humildad. Somos un punto de luz en el universo, una “brisa sin aire”, una “gota sin agua”, como cantaba la gran Cecilia, “nada de nada”, “nada de nadie”.
Hay que salir a ganar, resistir con optimismo, aprender de nuestros errores, y no perder la esperanza. Soy el primero que se queja cuando algo no funciona, y me revienta la incompetencia de nuestros gestores públicos, pero voy a hacer un esfuerzo por ver la parte positiva de esta pseudoplaga bíblica y luchar por dejarles a nuestros hijos un mundo un poco más decente.
El magnifico poeta y cantautor Joan Baptista Humet nos dejó también una canción que parece escrita para estos días.
“Al sueño americano se le han ido las manos, y ya no tiene nada que ofrecer…”
“Hay que vivir, amigo mío, antes que nada hay que vivir”.
Sensacional.