La grabación completa de la insólita escena que ofreció la rueda de prensa entre el presidente de Ucrania, Zelenski, y el de Estados Unidos, Donald Trump, acompañado de su vicepresidente Vance, permite observar, más allá del alboroto generado en nuestras coordenadas, la verdadera dimensión del suceso.
Durante la primera y más extensa parte de la conversación, que duró aproximadamente media hora, todo transcurría por caminos más o menos previstos; sin embargo, a partir de un momento determinado, el ambiente se calentó notablemente a raíz de un tenso intercambio de palabras entre Vance y Zelenski.
Dos son las claves del suceso. Una corresponde a la reiteración, por parte de Zelenski, de la presentación de Rusia y Putin como enemigos poco fiables, con los que establecer la paz parecía imposible, insinuando una vez más que las negociaciones eran inútiles.
La otra clave fue la insistente alusión a la necesidad de garantías de protección militar por parte de Estados Unidos para conseguir la paz.
Estas dos actitudes fueron las que impulsaron la primera intervención de Vance. Según la Casa Blanca, el problema radicaba en que ambos temas estaban fuera del marco del diálogo público previsto en el acto: ni críticas a Rusia ni peticiones de protección militar. Sin embargo, Zelenski consideró que no podía desperdiciar la oportunidad, lo que resultó ser un error de grandes consecuencias.
El gobierno estadounidense se ve perjudicado por la presentación de Rusia como un país y un gobierno malvado, ya que esto dificulta la posibilidad de alcanzar un acuerdo en un clima de confianza mutua, algo que históricamente no han experimentado los rusos en relaciones de beneficios compartidos. Además, Trump, más que asumir el rol de negociador, se posiciona como un árbitro, lo que resulta incompatible con la imagen de Putin como un actor poco fiable, tal y como intentó esbozar Zelenski.
Quedó igualmente claro que el acto en Washington estaba centrado en la firma del acuerdo sobre el reparto de beneficios de la explotación de las tierras raras de Ucrania, sin que se contemplara en ningún momento tratar la cuestión militar.
La administración estadounidense considera que la simple presencia económica en Ucrania actúa como garantía determinante frente a Putin. Por tanto, se produjo un notorio desvío del guión, lo que chocó con las limitadas simpatías de que gozaba la nueva administración.
Quizás Zelenski no fue plenamente consciente de las consecuencias de este histórico enfrentamiento, como quedó en evidencia al permanecer en la Casa Blanca, creyendo que el programa seguiría según lo previsto: la firma del acuerdo y, posteriormente, la rueda de prensa conjunta. Sin embargo, se vio obligado a abandonar la Casa Blanca, momento en el que se percató de la magnitud del desastre y que se habían roto todos los acuerdos.
Si Zelenski no hubiera insistido públicamente en la maldad de la invasión rusa y en la necesidad de una protección militar por parte de Estados Unidos, nada habría pasado. El enfrentamiento dialéctico en público con el vicepresidente Vance desató la reacción de Trump. La incapacidad y la inmadurez de Zelenski se pusieron de manifiesto al no comprender que, a diferencia de los aliados europeos acostumbrados a relaciones internacionales basadas en constantes halagos, la otra orilla del Atlántico no responde con el mismo entusiasmo. La capacidad para adaptarse a las circunstancias concretas es crucial, y en ese aspecto, Zelenski falló.
El secretario general de la OTAN, Mark Rutte, mantuvo al día siguiente dos conversaciones con Zelenski para insistirle en la importancia de respetar lo que Trump había hecho hasta entonces en Ucrania. Ésta fue la tercera cuestión que ofendió a los anfitriones, que se mostraron poco agradecidos por el esfuerzo estadounidense. Trump aludió a la ayuda concreta en proyectiles anticarros, subrayando que, durante la administración Obama, únicamente se había enviado un apoyo muy limitado.
Tras lo ocurrido, la realidad se desplomó como una gran losa, recordándonos que, por muchas palabras y provocaciones contra Rusia, Europa no tiene la capacidad militar para sustituir a Estados Unidos. Éste fue el titular de numerosos diarios al día siguiente.
En este contexto, los gestos de aprobación y los halagos europeos se volvieron insuficientes para contrarrestar la agresividad de una administración Trump decidida a mantener su estrategia. La idea de descalificar al gobierno aliado es, en última instancia, una estrategia errónea que prevalece en parte de las cancillerías y en muchas redacciones europeas, especialmente en Occidente, que han optado por distanciarse de Rusia.
En este sentido, la actitud discreta y prudente de Meloni es digna de reconocimiento, ya que advierte sobre la amenaza que implica para la estabilidad futura de Ucrania y de Europa. La política y los medios europeos, al incitar contra Washington por razones partidistas, alimentan la beligerancia y contribuyen a la prolongación del conflicto con Rusia.
El riesgo actual es que Estados Unidos decida detener parte de la ayuda pendiente para Ucrania, lo que generaría graves dificultades en su defensa, afectada tanto por problemas de abastecimiento bélico como por la escasez de soldados de reemplazo.
Trump, durante el intercambio, señaló que un gran número de hombres se esconde para evitar ser llamados a filas, estimándose en unos 100.000 el número de desertores del año pasado. Ante este declive de la moral militar, resulta urgente alcanzar una paz, puesto que la idea de que Rusia aguantará menos se ha demostrado equivocada desde el inicio.
Lo que ocurrió en Washington tiene repercusiones profundas tanto en Europa como en Ucrania, donde quizá Zelenski ha perdido definitivamente la partida. El grupo interparlamentario “Política e Inteligencia”, compuesto mayoritariamente por diputados del partido de Zelenski, subraya la necesidad de cambiar el eje de las relaciones con Estados Unidos, pasando de negociaciones políticas a acuerdos entre dos estados. La idea es que la representación parlamentaria ucraniana retome las negociaciones con Washington, relegando al presidente de Ucrania, lo que evidencia el grave error cometido por Zelenski.
Europa reaccionó, confiando en las reuniones programadas para este domingo en Londres y en la sesión formal del jueves en Bruselas, con la participación de todos los estados miembros.
La reacción y las posibilidades de la Unión Europea
Hoy ya no son pocos en las cancillerías europeas quienes consideran que las opciones para el continente son deficientes, en parte porque en el trasfondo está la otra cuestión de los aranceles , que agrava las relaciones con Estados Unidos.
Ahora mismo, son tan negativas que algunos incluso podrían estar tentados de abandonar a Zelenski, como ya ocurre en su propio país. La idea de garantizar la paz futura mediante el desplazamiento de tropas europeas a Ucrania -con la oferta de 30.000 soldados por parte de Francia y Reino Unido- presenta dos graves inconvenientes: el primero es la advertencia rusa de que en ningún caso lo aceptará; el segundo, la exigencia de que este despliegue europeo cuente con algún apoyo de Washington, algo poco probable.
Sin embargo, algunos líderes europeos siguen confundiendo deseos con realidad. La alta representante para la política exterior y seguridad de la Unión Europea, Kaja Kallas, parece haberse convertido en la figura menos influyente desde la instauración del cargo con Solana, quien fue el primero y prácticamente el único que logró tener peso político en la escena internacional.
Todo el mundo reconocía que, antes de hablar, mantenía intensas conversaciones con los gobiernos clave de la Unión Europea y que sus declaraciones respondían a acuerdos consolidados. Sin embargo, Kallas ahora ni siquiera ha logrado ser recibida en Washington por el secretario de Estado, Marcos Rubio; y es que, como señalaba un diplomático español, aunque poco antes Macron se entrevistó con Trump, el presidente francés también prescindió de la compañía de la representante. Habló también en nombre de Europa, pero sin contar con Kallas. ¿Por qué, pues, debería atenderla Rubio si ni siquiera los suyos la consideran?
La realidad pura y dura es que sigue sin haber una voz exterior europea que hable por el continente. La pareja formada por Úrsula Von der Leyen y Kaja Kallas se enfrenta a la doble fatalidad de ser el dúo políticamente más débil y con menor capacidad de actuación que ha tenido la Unión en la crisis más grave de su existencia.
El problema radical de Europa, como todo el mundo reconoce, no está en los procedimientos ni en la búsqueda de financiación para el rearme militar. De hecho, el conjunto de Fuerzas Armadas europeas supera enormemente al ruso en cifras, pero se encuentra fragmentado en 27 ejércitos distintos, con todas las complicaciones que ello conlleva.
El verdadero obstáculo es político: se trata de dar un salto cualitativo en la Unión, algo prácticamente inalcanzable con los actuales dirigentes, caracterizados por su mediocridad y por las marcadas diferencias internas.
La Unión Europea se ha convertido en el bastión de la gran alianza objetiva, formada por el liberalismo cosmopolita de la globalización y la progresía de género, que ha generado la policrisis política de nuestro tiempo.
Estas ideologías se han transformado en doctrinas de Estado, rompiendo con el principio liberal que establece que la institución no puede expresar doctrinas que no estén claramente establecidas en la Constitución.
La ideología de género y las doctrinas asociadas, que enmarcan crecientemente las políticas europeas, son determinantes en la reacción y división interna, además de propiciar desigualdades a raíz de la política pública generada por la Comisión Europea. Esto dificulta, por no decir que impide, que existan acuerdos fundamentales compartidos que impulsen históricamente la unidad política. Puede pensarse en una Europa de dos velocidades, pero en las condiciones actuales esto sólo significaría construir dos Europas.
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