Acostumbrado a la dialéctica parlamentaria de su país, Dinamarca, un exdiputado del parlamento danés, expresaba su opinión de nuestra forma de hacer política. Con cierto humor, no falto de realismo, decía que en nuestro país los desacuerdos en política se arreglan «a porrazos».
Ciertamente, las desavenencias entre instituciones, entre partidos, entre territorios, incluso entre diócesis, a menudo se vuelven tan tensas, que invariablemente terminan en los tribunales. Cuando estos dictan sentencia, unos ganan y otros pierden. El veredicto complace a una de las partes, que no duda en lucirlo como un trofeo de guerra. La parte perdedora, con la cabeza baja, humillada e impotente, se refugia en un triste resentimiento.
Legalmente el conflicto puede haberse resuelto. Parece aparentemente que se ha solucionado el problema. Pero no es así. El conflicto de fondo sigue vivo, y un día u otro volverá a estallar.
Y los ciudadanos se preguntan si realmente la judicatura es neutral como debería ser, o existe una lamentable injerencia política.
Si no es neutral y está a favor de unos y en contra de otros, ¿podemos hablar de justicia? Por si esto fuera poco, en nuestras democracias la dinámica parlamentaria funciona mayorías en las votaciones. Entonces cabe preguntarse: ¿qué pasa con las minorías? ¿es que son ciudadanos de categoría inferior? Así pues, la minoría, cuando expresa su deseo o su disentimiento, no tiene suficiente capacidad operativa para hacerse escuchar. La mayoría, apoyada en su fuerza, se permite el lujo de mirar hacia otro lado.
Este hecho que parece irrelevante, es el punto de partida donde se van incubando los conflictos que tarde o temprano volverán a surgir. Y se utilizarán todas las energías a reprimir los hechos, en lugar de analizar serenamente, qué causas los han originado.
Habrá que aprender una nueva manera de hacer política, donde el enfrentamiento sistemático deje paso a un diálogo de calidad, donde quizás se deberá retocar el listón de las apetencias de cada parte para hacer posible el acuerdo.
Pero para conseguirlo hay que mejorar a fondo el arte del diálogo. La forma de expresar el disenso deberá ser razonado, tolerante, testimonial … y la forma de escuchar deberá ser abierta, sin prejuicios ni condiciones. Tener puntos de vista diferentes no es ningún motivo para dejarse de escuchar y respetar.