La celebración de la primera vuelta de las elecciones francesas tiene unas claves interpretativas del futuro de este país esencial para la Unión Europea. La primera de ellas y más relevante es la muy elevada abstención. Solo han ido a votar el 47% de los electores. Esto significa que la representatividad social, que no parlamentaria, de todas las fuerzas políticas debe dividirse por la mitad. Por tanto, desde esta perspectiva, Macron y Mélenchon, los dos ganadores de la primera vuelta, tendrían detrás suyo poco más del 12% de la población en cada caso. Estas bajísimas representatividades explican el conflicto continuo en el que vive la sociedad francesa porque quienes gobiernan son una minoría, democrática, pero minoría.
La segunda característica es la formación de tres polaridades y la existencia de un cuarto resistente en disputa. El escenario está formado por NUPES, la alianza ancha de extrema izquierda liderada por Mélenchon que ha alcanzado el 26% de los votos. La fuerza decisiva son los «insumisos» de su líder con la participación del extinguido partido socialista y las minorías verdes y ecologistas. La otra polaridad es Macron, prácticamente con los mismos votos. Es, podríamos decir, el centro, pero no ocupa la centralidad.
Algo más atrás, la extrema derecha con Le Pen, con el 19%, y Zemmour con el 4%. El conjunto que ha reunido significa 23 puntos porcentuales del resultado electoral.
Alejada de estos tres polos sigue resistiendo la derecha tradicional, los herederos del gran partido gaullistas, hoy con el nombre Les Republicans, que han obtenido poco más del 10% de los votos, si bien poseen una fuerte implantación territorial que les puede dar diputados en la segunda vuelta, con certeza bastante más que a la extrema derecha.
Y éste es el tercer gran punto clave: el sistema de doble vuelta implantado por De Gaulle favorece la formación de mayorías de gobierno y limita las posibilidades de los extremos. Pero este hecho, a la larga, como se ve en Francia, lo que hace es reducir la representatividad del parlamento y alejar a la población de la política. Lo que fue la clave de la Quinta República, y puso fin a las continuas crisis de la Cuarta República, el sistema mayoritario a doble vuelta, se ha convertido hoy en un problema para la estabilidad de Francia a medio plazo.
De hecho, algo parecido ocurre en España. Los padres de la democracia lógicamente obsesionados con crear un sistema que a la vez fuera democrático, pero con capacidad de formar gobiernos estables, definió una serie de restricciones como el de las listas provinciales, cerradas y bloqueadas, o la necesidad de que el voto de censura presente a un candidato alternativo, en lugar de abrir la puerta a las elecciones, que ha degenerado en un sistema partitocrático guiado por presidentes de gobierno que practican la aristocracia política. El resultado está a la vista y es el creciente y preocupante desprestigio de las instituciones a ojos de la ciudadanía.