Clima de precrisis en París. Mientras el coste del gobierno francés para endeudarse supera ya al de Grecia, el primer ministro Michel Barnier advierte a los diputados de que en caso de que su frágil gobierno de minoría caiga, los mercados internacionales desatarían una “gran tormenta” sobre el país.
La estrategia de Barnier para aprobar los presupuestos públicos del próximo año implica culpabilizar a sus rivales tanto de derechas como de izquierdas del caos que todavía no ha llegado.
La propia portavoz del gobierno Barnier, Maud Bregeon, ha advertido de que Francia podría hacer frente a un «escenario griego».
Por el momento, el país galo se encuentra en una zona de calma. El bono del tesoro francés de diez años se vende actualmente al 3% de interés. A años luz del interés del 16% que llegó a pedirse a Atenas durante el pico de su crisis de la deuda.
Sin embargo, podría tratarse de la calma que precede a la tormenta si Francia no toma un cambio de rumbo decidido.
Los engranajes políticos franceses corren el riesgo de una parálisis casi completa a raíz de la decisión del presidente Emmanuel Macron de convocar elecciones legislativas anticipadas tras su gran debacle en las elecciones europeas del pasado junio.
Ésta condujo a un parlamento profundamente fragmentado y se escapó por poco a la formación -debido a las particulares reglas electorales francesas- de una coalición liderada por la extrema izquierda, a pesar del inmenso rechazo popular que ésta genera.
También hay que apuntar que la salida del partido de Macron de la sede del primer ministro, permitió al menos captar por primera vez el despropósito de las finanzas públicas del macronismo: el déficit del 2024 se estima al alza en cada nueva revisión, y ya se sitúa en el 6,2%.
El Fondo Monetario Internacional prevé que Francia llegue al 2027 con una deuda pública disparada que pese en torno al 110% de su producto interior bruto.
A pesar de que hace cinco décadas que París no aprueba unos presupuestos equilibrados, los economistas plantean que Francia ha llegado a una coyuntura crítica en la que ya no puede seguir confiando en el crecimiento de la economía para mantener un umbral de deuda sostenible.
Para tranquilizar a los mercados y evitar una espiral de pánico financiero que incrementaría aún más el coste del endeudamiento francés, Barnier presentó un paquete de consolidación fiscal de 60.000 millones de euros, que declaró provendrían sobre todo de recortes y que en la realidad se ha demostrado que prevén aumentar masivamente los impuestos.
Barnier debe hacer, pues, frente a la oposición tanto del Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen y Jordan Bardella como de la extrema izquierda que lidera el Nuevo Frente Popular: ambas formaciones preservaron el poder adquisitivo de los franceses.
Con la fecha límite para aprobar los presupuestos, fijada el pasado 21 de diciembre, una moción de censura con apoyo desde ambos extremos del espectro político parece inminente. Francia podría, pues, quedarse sin gobierno justo antes de Navidad.