Financiar la defensa europea, racionalizar la transición verde

A finales del pasado mes de enero se supo por primera vez que la Comisión trabajaba en una drástica reforma de su política económica. Uno de los tres pilares de actuación del nuevo equipo de Ursula von der Leyen, el llamado “Brújula de Competitividad” , señalaba como prioridad desregular masivamente el Pacto Verde Europeo (Green Deal).

Dos meses más tarde, la propia Comisión ha desvelado un masivo plan de inversión en defensa de 800.000 millones de euros. Como ya explicamosla Unión Europea facilitará préstamos para la defensa por valor de 150.000 millones de euros, mientras que los 650.000 restantes correrían a cargo de los propios estados, con el estímulo de que el gasto realizado en este capítulo no computaría en el déficit oficial.

El problema esencial de este enfoque es que para los mercados internacionales donde se coloca la deuda pública, el déficit extra causado por la defensa seguirá siendo muy real, aumentando aún más los costes del endeudamiento.

Dicho de otro modo, la triquiñuela, muy similar a la que el candidato a canciller de Alemania Friedrich Merz ha colado al Bundestag saliente para endeudarse hasta niveles inauditos, acabará teniendo unos costes difícilmente asumibles si los estados se vuelcan (algo que, por otra parte, aún está por ver, especialmente en países como la España de Pedro Sánchez)

Sin embargo, existe una alternativa que permitiría combinar la deseada inversión en defensa europea sin incrementar el déficit público e incluso fomentar la competitividad general de la economía europea.

Se trata de reducir drásticamente el Green Deal y orientar todo el gasto climático restante hacia la innovación.

Según el politólogo danés Bjorn Lomborg, conocido por su activismo climático alternativo, la Unión Europea gasta entre una quinta y una tercera parte de su presupuesto total en política climática. Tan solo el pasado año, la UE dedicó 367.000 millones de euros en compras de productos como paneles solares, turbinas eléctricas, vehículos eléctricos y cargadores. Para más inri, es sabido que la inmensa mayoría de estos bienes provienen de China.

Lomborg prosigue apuntando que la UE ya ha hecho su parte del trabajo para reducir los efectos del cambio climático, y que proseguir por una vía de transición energética profundamente subsidiada tendrá un impacto despreciable en el incremento de la temperatura global.

De hecho, empleando el modelo climático de Naciones Unidas, si las emisiones totales de la Unión resultaran cero, todo el efecto obtenido sería de unos imperceptibles 0,017 grados Celsius en 2050.

Además, como hemos dicho y repetido, la actual política europea de gasto climático masivo no está justificada por su impacto positivo (al menos en lo que respecta al calentamiento mundial) sino que está restando competitividad a las economías europeas y castigando especialmente a las clases medias y trabajadoras.

Según Lomborg, Europa tiene una oportunidad para resolver dos problemas de una sola vez: por un lado, recortando drásticamente el gasto de la llamada transición verde y dedicando el restante a un verdadero esfuerzo de innovación; y por otro, invirtiendo el dinero restante en mejorar la defensa y la autonomía estratégica del Viejo Continente.

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